Isabel Turrent / Diplomacia de la bomba

AutorIsabel Turrent

Con su agenda de política interior en problemas y su popularidad en picada, Trump ha dado otro de sus giros impredecibles y ha enfocado su atención en el exterior. Para detener el declive de su popularidad, al menos entre su electorado, proyectando la imagen de un estadista fuerte y decidido, Trump inauguró la diplomacia de la bomba.

El presidente sirio, Bashar Assad, le regaló una oportunidad dorada para poner en práctica su nueva política al ordenar un ataque con gas sarín en la provincia de Idlib que dejó más de ochenta muertos.

La respuesta de Trump, que se dijo conmovido por los niños víctimas del ataque (aunque no tan "conmovido" como para abrirles las puertas de Estados Unidos), fue una andanada de misiles Tomahawk sobre la base aérea de Shayrat, de donde supuestamente salieron los aviones cargados de armas químicas.

Días después mandó a parte de la flota estadounidense frente a las costas de Corea del Norte, para disuadir a Pyongyang de llevar a cabo la prueba nuclear que había anunciado, y lanzó una poderosa bomba en la ladera montañosa de Afganistán, cerca de la frontera con Pakistán, donde el Estado Islámico ha encontrado refugio en una red de cavernas y túneles.

Trump y los mandos militares encargados de la operación escogieron bien sus objetivos: Assad, ISIS y Corea del Norte tienen muy pocos amigos. Trump logró fortalecer su imagen dentro y fuera de Estados Unidos. Es lo que pasa siempre en el arranque de campañas militares en contra de enemigos execrables. Son, sin embargo, victorias de muy corto plazo. Duran hasta que la ley de las consecuencias imprevistas* hace su aparición en el escenario.

Nadie le va a comprar a Putin, el gran prestidigitador de los "hechos alternativos", y a su marioneta Assad, su versión del ataque con gas sarín en Idlib. Ni fue un accidente, ni un acto de provocación de una facción rebelde.

Apoyado por Rusia y por Irán, Assad ha emprendido una estrategia de tierra quemada en Siria, que premia a algunas poblaciones y arrasa a otras, para dividir y vencer. En este plan de guerra, parecido, por cierto, al que Putin aplicó en Chechenia, todos los medios son buenos: incluyendo el gas sarín.

Parece indudable que esta estrategia contaba con la neutralidad de Estados Unidos: los lazos entre miembros de la campaña de Trump y el Kremlin anunciaban una era de cooperación, sobre todo en la...

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