Isabel Turrent / Después del tsunami

AutorIsabel Turrent

Si la humanidad posee realmente un inconsciente colectivo, el justificado temor a la fuerza de la naturaleza debe ser uno de sus resortes primigenios. Huracanes, inundaciones, terremotos y tsunamis, junto con otros fenómenos menos destructivos como el paso de los cometas, han formado parte del imaginario colectivo desde el inicio de los tiempos. Las catástrofes naturales, o la interpretación que las sociedades que las han sufrido les han dado, han cambiado la historia muchas veces. En Oriente, durante milenios, los chinos interpretaron la fuerza destructiva de la naturaleza -terremotos o inundaciones- como un signo de que el emperador en turno había perdido la legitimidad para gobernar y, con ella, el Mandato del Cielo. La naturaleza ordenaba un relevo político y justificaba rebeliones y alzamientos que culminaron una y otra vez con la caída del gobernante en turno y, en más de una ocasión, con el derrocamiento de toda una dinastía y el inicio de una nueva. La cara ultraterrena que se le otorgaba a la fuerza destructiva de la naturaleza estaba enraizada en circunstancias bien concretas: generalmente las inundaciones que asolaban el corazón de China -alrededor del río Amarillo- eran resultado, en efecto, de un mal gobierno: del descuido de diques y murallas que debían repararse continuamente para evitar que el río se desbordara y barriera con plantíos y seres humanos. Dos tifones, con una diferencia de siglos, evitaron que tropas chinas invadieran Japón y convirtieran al archipiélago en una provincia más de China. Esos huracanes pasaron a la historia con un nombre que se haría tristemente célebre durante la II Guerra Mundial: kamikaze o viento divino. En Occidente, catástrofes naturales cambiaron también el curso de la historia: la llamada Armada Invencible española fue derrotada por una tormenta que salvó a Inglaterra de una invasión. Milenios antes, la erupción de un volcán y el monstruoso oleaje que provocó en el Mediterráneo debilitaron para siempre al imperio minoico y a su capital, Creta. Más cerca de nosotros, la aparición de un cometa derrotó al emperador Moctezuma mucho antes de que empezara el sitio de Tenochtitlán, en lo que fue el principio del fin del imperio azteca.

El maremoto que devastó el sureste de Asia no tiene nada de sobrenatural, como pretenden autoridades religiosas dominadas por un pensamiento mágico animista propio de la Edad de Piedra, que ve la mano de Dios en un fenómeno natural: el 26 de diciembre, un terremoto...

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