Isabel Turrent / Los claroscuros del futbol

AutorIsabel Turrent

Medicina o futbol, decretó mi abuelo cuando mi papá decidió ser doctor. En esos tiempos donde la palabra de los padres era ley, mi papá, que había llegado hasta las reservas del América, dejó el futbol. Muchos años después, entrado ya en sus ochenta, me confesó una tarde tomando té que obedecer a mi abuelo había sido el peor error de su vida.

Dejó de jugar, pero el futbol fue siempre parte de sus días y lo enraizó también en el entramado de la cotidianeidad de sus hijos. Ahí íbamos cada jueves al estadio de la Ciudad de los Deportes, primero, y al de CU después. Vimos muchos juegos infumables o francamente mediocres, pero aprendimos a disfrutar del futbol, a tener una visión de la cancha, de la posición de los jugadores y a analizar cada juego como un (modesto) tablero de ajedrez.

Y vimos también juegos y torneos espectaculares como los legendarios Pentagonales (todavía tengo un bonche de los hermosos boletos que papá compraba con anticipación para no faltar a un solo juego). Desfilaron por la cancha de CU grandes equipos como el Botafogo, el Vasco da Gama y el River Plate.

A veces, un equipo mexicano como el Necaxa le ganaba a otro muy superior como el Santos de Pelé (4-3 por cierto). Generalmente perdíamos. Esas derrotas y las de la Selección en los campeonatos mundiales, que eran muchas en esas épocas de los "ratoncitos verdes" de Manuel Seyde, nos enseñaron también a tragar sapos y a digerir los reveses -del futbol y de la vida-.

El soccer es el mejor maestro Zen de paciencia. Es un deporte díscolo: noventa minutos pueden terminar en un empate a cero, 5 anotaciones es una goleada. Pero nadie se queja del marcador si ha visto un buen encuentro de futbol.

Lo que los estadios nunca han enseñado es tolerancia. El mandato de mi papá -"el encuentro debe estar en la cancha, no en las tribunas"- fue siempre un sueño imposible. En la cancha el deporte deriva frecuentemente en violencia personal -piernas y cabezas rotas-.

Y en las tribunas dominan los intolerantes porque el futbol es el deporte más politizado del mundo: está amarrado al nacionalismo. No pierde o gana la selección de un país, la derrota o el triunfo es del país entero. "Perdió o ganó México". Como si los ciento veinte millones de mexicanos hubiéramos estado en la cancha pateando la pelota. Y futbolistas como el argentino...

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