Isabel Turrent / La otra cara de México

AutorIsabel Turrent

En su "Relación de las cosas de Yucatán", Fray Diego de Landa, tristemente célebre por haber destruido códices y libros mayas para "liberar" a los indios de la idolatría, subrayaba la pobreza de la tierra yucateca. "Yucatán es una tierra la de menos tierra que yo he visto", escribió. "Toda ella es una viva laja". Para colmo de males, no contenía "ningún género de metal", de esos que tanto codiciaban los españoles.

Avanzada la Colonia, la península encontró la bonanza primero en la exportación de productos como el palo de tinte, y por cuatro fugaces décadas, entre los 1880 y la segunda década del siglo 20, en satisfacer la inmensa demanda de henequén de agricultores norteamericanos y canadienses. El auge henequenero decayó en los últimos años del Porfiriato y recibió el tiro de gracia con la reforma agraria del Presidente Cárdenas.

Años atrás, a mediados del siglo 19, Yucatán había perdido su mejor puerto -Campeche, y el territorio del estado que lleva ahora su nombre- y en 1902, cuando Porfirio Díaz decretó la creación del territorio de Quintana Roo, sus tierras más fértiles y sus bosques tropicales. Yucatán quedó a la deriva económica hasta la posguerra, cuando toda una escuela de estudiosos mexicanos y extranjeros redescubrió la cultura maya y las fabulosas ciudades del periodo clásico. La pasión de los mayólogos abrió la puerta de una nueva fuente de riqueza: el turismo. Para acrecentarlo, los yucatecos han ido recuperando lentamente el resto de su patrimonio histórico. Haciendas henequeneras convertidas en hoteles de lujo, y en la capital, las casonas porfirianas, renovadas y protegidas de la picota que acabó con tantas de ellas en el pasado, le siguen dando a Mérida un nostálgico aire señorial. Se ha restaurado el corazón de la ciudad y algunos de los barrios aledaños, salpicados de pintorescas casitas coloridas.

El mismo destino benéfico ha alcanzado a poblaciones pequeñas como Izamal y a la capital yucateca de Oriente, Valladolid. Aunque algunos de sus habitantes se quejan de que las inversiones turísticas han dejado de lado a Valladolid y se han dirigido a hermosear Mérida y el litoral que se extiende de Celestún a Progreso, la ciudad está cada día más bella.

Igualmente notable, en estos tiempos, es que las ciudades -y las carreteras yucatecas- son un oasis de seguridad. Mérida es una ciudad habitable y caminable, continuamente patrullada por la Policía, al igual que los caminos que la comunican con el interior del estado.

Yucatán...

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