Isabel Sepúlveda Campos / Vacaciones extremas

AutorIsabel Sepúlveda Campos

Fascinación por el peligro o irresponsable conformismo. Estas actitudes pueden explicar la absurda costumbre mexicana de vivir en una línea que va de lo arriesgado a lo suicida. Olvídese de deportes extremos, lo visto en estas vacaciones de fin de año es ejemplo de cómo poner su vida, y la de los suyos, en peligro constante. Cada quien tendrá su historia. Le cuento la mía.

Punta Diamante, ubicada a un lado de Acapulco, Guerrero. Primera visita a este hermoso lugar. Imponente mar abierto; larguísima y ancha playa; lujosos hoteles y condominios de tres a diez o más millones de pesos. Mientras caminaba temprano por la playa, observé cómo los empleados y policías privados de cada edificio cercaban su territorio playero con estacas y cuerdas, además de hacer un par de pequeñas excavaciones paralelas, que en ese momento no entendí para qué servían, en la entrada y salida hacia la playa pública.

"Al que madruga, Dios le ayuda". Levantarse temprano también sirve para apartar los mejores lugares frente a la playa. Satisfecha, coloqué en ellos, cuidadosamente, el menaje acostumbrado para estos menesteres: toallas, bronceadores, lentes de sol, sombreros, libros, etcétera. Todo lo necesario para pasar el día entero, hasta la puesta de sol, gozando de la mejor vista al mar y escuchando con claridad el ruido de las olas. ¡Qué importa que la playa se esté llenando de gente! Todos tenemos el mismo derecho a gozar nuestros bellísimos paisajes naturales (desafortunadamente, todos, también estamos contribuyendo a destruirlos).

Comenzaba a leer con tranquilidad, cuando empecé a escuchar el ruido inconfundible de una cuatrimoto y a oler su desagradable peste. A un par de metros de mi "privilegiado" lugar comenzaron a circular una, otra y otra y otras; yendo y viniendo, pitando cuando alguien obstruía su camino. ¡Para eso eran los hoyos y topes de arena! Para frenar un poco la velocidad con que manejan los niños, jóvenes y adultos que rentan, por 200 pesos la hora, esos vehículos que han provocado terribles accidentes. Sí, leyó usted bien, niños que no llegaban a los 10 años conduciendo una moto cargada con otros dos y hasta cuatro pasajeros más, cuando está diseñada para llevar un máximo de dos personas, con un mayor de edad al volante.

Todo el día y entrada la noche circulaban entre la gente que atestaba la playa con el peligro latente de convertirse, en cualquier momento, en un boliche con pinos humano. Y los adultos, al menos en apariencia, tranquilos.

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