Opinión Invitada / Guillermo Noriega Esparza: La salud del Presidente

AutorOpinión Invitada

Es antiguo el debate sobre si la salud de los gobernantes es un asunto público o privado, sin embargo, ha tomado nuevos bríos con la era de la transparencia y sucesos recientes como la cirugía al Presidente Enrique Peña Nieto practicada esta semana.

Un derecho como el del acceso a la información llega a su límite cuando se topa con la protección a la intimidad de las personas. Nadie debe hacer pública información sobre nuestra vida privada, ésa es una garantía.

Sin embargo, ¿hasta dónde la salud de nuestros gobernantes debe ser un asunto de interés público escrutable por la sociedad?

¿Tenemos o no derecho a saber si nos gobierna alguien física o mentalmente enfermo, sobre todo si su desempeño puede afectar de manera irreversible nuestras vidas?

El debate tomó fuerza con Vicente Fox cuando circuló el rumor de que se encontraba sumergido en antidepresivos y ansiolíticos, presa de una endeble estabilidad emocional. Se insistía también en una incontrolable adicción de Felipe Calderón al alcohol y por ello la necesidad de conocer más sobre su salud mental. Nunca conocimos su realidad clínica.

No falta quien recuerde a Abdalá Bucaram, alias "El Loco", ex Mandatario de Ecuador quien fue depuesto en 1997 por una supuesta incapacidad psiquiátrica.

De forma más reciente recordamos el caso del ex Mandatario de Venezuela Hugo Chávez. Incluso durante sus últimas elecciones aseguró encontrarse en perfecto estado de salud, pero tiempo después fue incapaz de conducir las riendas de Venezuela. Falleció y vinieron elecciones para sustituirlo, pero lo que hay que decir es que no fue el fin de las instituciones bolivarianas.

Intimidad y estabilidad

Cada vez han sido más Mandatarios quienes han hecho público su estado de salud. Los Presidentes Juan Manuel Santos de Colombia, Dilma Rousseff de Brasil, Fernando Lugo de Paraguay y Cristina Fernández de Kirchner de Argentina, por ejemplo.

En ningún caso ha existido una hecatombe institucional que haya afectado irreversiblemente la vida de sus sociedades, así como no hay evidencia de que dar a conocer su expediente clínico garantice estabilidad nacional, un correcto desempeño o un buen gobierno.

Conocer el expediente clínico de un Mandatario, por más interesante y periodístico que sea, me parece un exceso que no sólo irrumpe en la intimidad personal, sino que genera una espiral discriminatoria en contra de quienes no se encuentran completamente sanos.

Más bien el debate debería orientarse a definir mecanismos...

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