Inventar el tiempo

AutorJuan José Millás

Después de que inventáramos el tiempo y cayéramos dentro de él como un sabio dentro de su probeta, vimos que había que planear también el modo de pasar las tardes de los sábados y las mañanas de los domingos y las Semanas Santas y los puentes. Ya que disponíamos de horas, años, días, lustros y vísperas, por qué no hacer algo útil, nos dijimos.

De esa necesidad de gastar el tiempo, que era lo único que entonces nos sobraba, nacieron Constantinopla, Alejandría, Atenas, Londres, Washington, París, Ginebra, Nueva York, en cuyo interior volvimos a caer igual que antes nos habíamos precipitado al interior del tubo de ensayo en el que fabricábamos el tiempo.

Una vez dentro de las ciudades, y con el tiempo casi sin estrenar en el bolsillo, hubo que hacer cosas para combatir el ocio, y así se inventó la división del trabajo y apareció la clase obrera, que al principio no checaba tarjeta porque ni siquiera había jefes de personal en las empresas.

Entonces inventamos la empresa moderna, y al asomarnos para mirarla bien, nos venció el peso de la cabeza y caímos dentro de ella igual que un constructor de trampas mete la pierna sin querer en una para osos.

Como había mucho espacio...

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