Inmigrantes y multicultura en la frontera México-Belice. Una mirada al pasado, 1904-1975

AutorMartín Ramos Díaz
Páginas175-213
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Introducción
En una audaz estrategia de guerra, la sección de Marina del presidente Por-
firio Díaz fundó Payo Obispo (1898), cerca de la desembocadura del río
Hondo, al fondo de la innavegable bahía de Chetumal.
Décadas después, Payo Obispo tomó el nombre de la hermosa, pero poco
profunda bahía que tiene enfrente. Se comenzó a llamar Chetumal desde
1937 y actualmente es la capital del estado de Quintana Roo. Durante la
pasada centuria distintas oleadas de inmigrantes dieron permanencia y con-
tinuidad a esta ciudad fronteriza, lo mismo que a los pequeños poblados
esparcidos a lo largo de la ribera del río Hondo, la frontera natural entre
México y Belice.
El peculiar perfil de los pobladores de la frontera México-Belice se mol-
deó de una inusitada procedencia diversa, de la necesidad de un gobierno
nacional para establecer fronteras precisas con un territorio británico de
ultramar en el siglo XIX, de una guerra entre mayas y yucatecos, de la volun-
tad de gobiernos revolucionarios para incorporar a los mayas a la vida na-
cional, de los programas federales de colonización y repoblamiento em-
prendidos en distintas épocas del siglo XX. Pero sobre todo, la identidad de
los asentamientos humanos de la frontera México-Belice se atisba en la su-
ma y mezcla de lo que los pioneros han traído de sus lugares de origen a lo
largo de la última centuria.
Estudiando el pasado de la región fronteriza, notamos que entre 1904 y
1975 hay cuatro momentos sobresalientes en la historia de la inmigración re-
gional. Cuatro oleadas de inmigrantes enmarcadas entre 1904, cuando se le-
vantó el primer censo poblacional del Territorio Federal de Quintana Roo, y
Inmigrantes y multicultura
en la frontera México-Belice.
Una mirada al pasado, 1904-1975
Martín Ramos Díaz
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1975, cuando el número de pobladores permanentes en la entidad fue suficien-
te para convertirla de Territorio a nuevo Estado de la federación mexicana.
La década de 1900 fue crucial para el regreso a México de los refugiados
yucatecos en el norte de Honduras Británica, sin ellos, la viabilidad de Payo
Obispo hubiera sido imposible. Se puede afirmar lo mismo para la década
de 1970, cuando el arribo de miles de campesinos a los ejidos de la región
fronteriza permitió cumplir la cuota poblacional marcada para que Quinta-
na Roo transitara de Territorio a Estado.
Y en el medio de ambas décadas está el arribo de inmigrantes europeos,
sobre todo del antiguo imperio otomano, los mismos que alentaron el comer-
cio en Payo Obispo y la región; el traslado de tropa y población de Santa Cruz
a Payo Obispo en plena revolución; el viaje, muchas veces sin retorno, de cien-
tos de chicleros de Veracruz, Tabasco, Yucatán y Centroamérica a la región del
río Hondo en los años veinte, durante la bonanza económica sostenida por la
selvicultura; y, durante el cardenismo, en el repoblamiento y la asimilación de
las aldeas del río Hondo en pueblos con mayor cantidad de habitantes per-
manentes a quienes se intentó dotar de servicios públicos básicos.
El presente ensayo de historia de la inmigración en la frontera Cari-
be de México es una mirada al pasado del sur de Quintana Roo, a un
periodo de siete décadas en las que se registraron las oleadas migratorias
principales que moldearon los pueblos de la desembocadura y ribera del río
Hondo. Nuestro trabajo procura recoger datos poblacionales poco valo-
rados por otros investigadores y basado en ello trata de formular, siempre
que es posible, nuevas explicaciones que permitan una mejor comprensión
de la identidad del mexicano de esta parte del país.
Nuestro ensayo es una aproximación elemental a la historia demográfi-
ca en la región, un acercamiento que puede ser usado de marco general en
la formulación de políticas públicas para distintos ámbitos gubernamentales
que regulan la vida en la frontera: del ordenamiento territorial al desarrollo
urbano, de los trabajadores migratorios a las iniciativas que fomentan el
multiculturalismo, de la salud y la educación a las iniciativas de equidad,
género y respeto de los derechos humanos.
Las casas de madera que
cruzaron el río Hondo, 1904
Comisionado por la autoridad colonial de Yucatán para supervisar los esta-
blecimientos británicos de la frontera, Rafael Llobet exploró en 1790 los
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ranchos, aldeas y pueblos de una región situada entre la laguna de Bacalar
y el río Belice. Llobet acampó en el más remoto pueblo español de la región
de los confines, en el fuerte de Bacalar, desde allí planeó sus incursiones
hacia los campamentos de taladores de palo de tinte en la ribera del río
Hondo y en las zonas aledañas al río Sibún y Belice.
En la última década del siglo XVIII censó 2,997 pobladores en los es-
tablecimientos británicos que visitó. En los ríos Sibún y Belice vio nume-
rosos cayucos (pequeñas embarcaciones de remos), que transportaban el
abasto para los campamentos donde negros y pardos cortaban madera.
El abasto era harina, vino, aguardiente, puerco salado y carne de res. Le
fastidió la lentitud con que se navegaba por los ríos, aún las goletas (embar-
caciones impulsadas por vela) debían someterse a la parsimonia de la nave-
gación con remos, debido a los constantes retornos de los ríos y a los exten-
sos brazos de los árboles en la ribera que impedían desplegar las velas de las
naves mayores.
De todos modos, en aquellos sinuosos túneles de verdura aérea y agua
dulce serpenteante, pudo registrar a 97 propietarios ingleses de corte de
madera. En su diario de viaje registró algo más: algunos parajes habitados
únicamente por ancianos y lisiados, esclavos negros viejos e inútiles para el
duro trabajo del corte y acarreo de madera que habían sido abandonados a
su suerte. Aquellos pobladores desamparados se mantenían únicamente con
plátanos, macales, yuca y otras raíces.
En el diario de viaje del comisionado (extractado en Calderón Quijano,
1944: 366-367) figuran las mercancías que se vendían en las tiendas: loza
ordinaria, galletas, pólvora, perdigones, bretañas, sarazas, bastas, carne sa-
lada, navajas, agujas y candados, entre otras.
Para un ingeniero como Llobet, no pasan desapercibidos los materia-
les y arquitectura de las 102 casas y 36 chozas que existían en el mayor
establecimiento británico de la desembocadura del o Belice. Las casas,
anotó el comisionado, son construidas de amplios cuartos con armadura
a escuadra. Las paredes, techos, suelos y divisiones se forman con tablas
de pino. El techo es de cuatro aguas, construido con tablas pequeñas de
un pie de largo, cinco pulgadas de ancho y cuatro líneas de grueso. Las
tablas se sacan del tronco de la palma real y al formar el techo se sobre-
cargan unas en otras. Las chozas, en cambio, están elaboradas con estacas
en bruto, colocadas de manera tangente unas con otras, y cubiertas con
palma.
Pudo notar que generalmente la distribución al interior de las vivien-
das consistía de una pequeña sala con dos alcobas pequeñas en las cabece-

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