Impresiona Degas en Roma

AutorEnric González

El alma es refractaria a la observación de artista. La búsqueda de ese imposible, la imagen del alma, fue probablemente el motor vital de Edgar Degas (1834-1917) y la causa de su perenne insatisfacción.

El Museo del Vittoriano de Roma acoge hasta febrero una amplísima muestra de la obra de Degas con más de 200 piezas entre pinturas, esculturas y fotografías, un torbellino de técnica y creatividad que desde su apertura en octubre ha recibido miles de visitantes.

Se trata de una exposición única, con aportaciones de 45 museos de todo el mundo y un costo de 1.5 millones de euros (1.9 millones de dólares) debido a las altas primas percibidas por las aseguradoras. Degas, al fin, no encontró el alma, pero trazó la ruta de la pintura en el siglo 20.

Edgar Degas, hijo de banquero y rentista desahogado, no era un hombre fácil. Fue misógino y reaccionario y se alineó en el bando antisemita y militarista durante el caso Dreyfuss, despotricaba con frecuencia contra los críticos y los teóricos del arte, trataba con dureza a sus pocos amigos y nunca se casó ni mantuvo relaciones sentimentales conocidas. Detrás de su severidad se ocultaba un hombre inseguro, no muy convencido de su propia capacidad, admirador sincero de muchos de sus contemporáneos (gastaba todo lo que ingresaba en cuadros ajenos) y de una honestidad artística irrepetible.

El público le conoce sobre todo por las bailarinas, en pintura (la versión de la 'Clase de danza' de 1873 del Museo d´Orsay de París es uno de los clásicos del siglo 19) o escultura.

El sentido de esas obras, sin embargo, sólo se percibe siguiendo a Degas desde el principio, desde que se encierra en el Louvre para copiar a los maestros y aprende a ser tan Mantegna como Mantegna o tan Poussin como Poussin.

Era un obseso de la técnica y del dibujo que recelaba de la espontaneidad. Prefería trabajar en su estudio y de memoria, para no verse afectado por emociones pasajeras. Y era consciente de la manipulación que entrañaba cualquier tarea artística:

"Un cuadro requiere tanta astucia, malicia y engaño como la ejecución de un crimen", decía. Quizá por eso nunca cayó en el manierismo. Al contrario, su obra es rápida y viva. Terminaba pocas piezas porque valoraba más la idea, la composición, el instante, que la pieza acabada. Por esa misma razón le costaba enviar las esculturas al fundidor: cuando murió, su taller era como un huerto de caballetes repletos de cuadros apenas iniciados (fue prácticamente ciego en sus últimos...

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