El imperio del espectáculo

AutorBoris Muñoz

Poco después de que Bush aterrizara en el portaaviones Abraham Lincoln pilotando un avión de combate, Elisabeth Bullmer publicó en The New York Times un perspicaz reportaje develando la gigantesca maquinaria de imagen que opera detrás de la figura pública del presidente. El cerebro de la operación es el productor Scott Sforza, quien junto a un equipo de expertos se ha encargado de producir con escrúpulo de artesano cada una de las apariciones públicas de Bush desde antes de que asumiera la presidencia.

A la manera como Leni Riefensthal deificó a Hitler en El triunfo de la voluntad, Sforza es responsable de que Bush aparezca con frecuencia bañado por algo parecido a una luz divina que cae del cielo. Entre otras sutilezas, se le debe la genial producción del discurso de Ellis Island para conmemorar el primer aniversario de los ataques del 11 de septiembre, en el que el presidente aparecía escoltado por una Estatua de la Libertad agigantada gracias a un juego de iluminación. También el ángulo de las cámaras de televisión en el discurso de Mount Rushmore, el año pasado, donde el perfil de Bush destacaba alineado con el de los presidentes esculpidos en roca viva. Francamente, el junior impresionaba más que un galán de cine.

Puede que Bush carezca del carisma que Bill Clinton tiene para regalar, pero es seguro que los efectos especiales de Sforza reafirman en la idiosincrasia estadounidense el mito de un George W. Bush épico, invulnerable y redentor, muy en sintonía con el espíritu de conquista del imperio que comanda.

El triunfo de la voluntad

Nada de esto puede causar escándalo o sorpresa en un país que durante ocho años fue gobernado por un actor de cine. Como todo presidente después de Ronald Reagan, Bush sabe que la popularidad presidencial depende en buena medida del talento para cautivar al circo televisivo con golpes de efecto. Considerando que su legitimidad electoral fue puesta en duda desde el principio -cómo olvidar cuando Michael Moore, durante la ceremonia de la entrega del Oscar, lo llamó presidente ficticio-, es incluso lógico que se apoye en todo tipo de artificios para ganar estatura.

Sin embargo, como muchos críticos ya señalan preocupados, una cosa es entregarse ciegamente a los publirrelacionistas y otra muy distinta es poner la realidad entre paréntesis. El reportaje de Bullmer revela que los guardianes de la imagen de Bush han manipulado la realidad para acomodarla a sus fines, llegando incluso a pedir a los hombres del...

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