Imaginario de la literatura / Todos somos extranjeros

AutorGuadalupe Loaeza

Cuando en 1942 en la Francia ocupada apareció El extranjero, de Albert Camus, se dijo que era la mejor novela que se había escrito desde el armisticio. En medio de la producción literaria de aquel tiempo, el libro mismo resultaba ser un extranjero. Camus declaró: "Hace mucho tiempo resumí El extranjero por medio de una frase que yo mismo reconozco es muy paradójica: 'En nuestra sociedad todo aquel que no llora en el entierro de su madre toma el riesgo de ser condenado a muerte'. Yo sólo quería decir que se condenó al héroe del libro porque no quiso seguir el juego. En este sentido él es un extranjero para la sociedad en la que vive, es un errante marginal, solitario, sensual. Es por eso que algunos lectores han estado tentados de considerarlo como un desecho. La respuesta es muy sencilla: se rehúsa a mentir".

"Por absurdo que parezca soy un personaje sin nombre sólo tengo un apellido: Meursault. No soy ni bueno ni malo. Ni moral ni inmoral. Estas categorías no me convienen; formo parte de una especie muy singular a la cual se le ha reservado el nombre de absurdo. Vivo y trabajo en Argel como empleado en una oficina. Una mañana, recibí un telegrama del asilo de ancianos de Marengo, en donde mi mamá vivía: Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias, decía aquel papel amarillento y arrugado. Después de leerlo me parecieron palabras que no tenían ningún sentido. Lo que querían decir, tal vez, era que mi madre había muerto la víspera. Mi patrón no pudo negarme los dos días de licencia que le pedí aunque me los concedió de mala manera. No es culpa mía, le dije. No me dio las condolencias de rigor. Era un poco como si mamá no estuviera muerta. Comí en el restaurante de Celeste, como de costumbre. Sólo se tiene una madre, me dijo uno de mis compañeros. Tomé el autobús a las dos de la tarde. Hacía un calor infernal y me dormí casi las dos horas que duró el trayecto. Llegué al asilo y me entrevisté con el director. Después de las formalidades del caso, acepté todas las reglas del ritual mortuorio. El director me dijo que mi mamá había sido más feliz en el asilo que conmigo. Yo era demasiado joven y se aburría. Era verdad. Cuando estábamos en casa no hablaba y sólo me seguía con la mirada. Me rehusé ver su cuerpo tendido. Pero todas sus amigas, unas viejecitas desdentadas, algunas llorando, rodearon el cajón. Por un momento tuve la ridícula impresión de que estaban allí para juzgarme. No intercambiamos ni una palabra. No sé comunicarme...

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