Imaginario de la literatura / Ana la adúltera

AutorGuadalupe Loaeza

Todas las familias felices se asemejan, cada familia infeliz es infeliz a su modo. Éste es el famoso comienzo de la obra escrita por León Tolstói en donde relata cómo hice infeliz a mi familia. Yo era Ana Arkadievna, esposa del consejero ministerial Alejandro Alejandrovich Karenin, de quien tuve un pequeño hijo llamado Sergio. Todo el mundo me conoce como Ana Karenina. Aunque nunca sentí ningún cariño apasionado hacia mi circunspecto y severo marido, que era un hombre muy eficaz y buen padre, pero incapaz de un detalle de cariño, una caricia y menos un beso. Durante nuestros primeros ocho años de casados, me comporté como una esposa atenta e intachable. Durante esos años mi vida parecía estar en orden. Sin embargo, yo misma ignoraba que ese equilibrio no era más que apariencia, pues algo me decía que una parte de mí misma no se había realizado todavía, a pesar del matrimonio y la maternidad. Algo en mí acechaba el momento en que mi vida tendría más sentido; sin embargo, no tenía conciencia de un cierto anhelo y "hambre" que sentía hasta que conocí al Conde Vronski. La alegría y el temor que me invadieron la primera vez que lo vi me revelaron de inmediato lo que la costumbre y la conveniencia social habían ayudado a callar, la insatisfacción latente de todo mi ser. Vronski era uno de los mejores ejemplares de la sociedad dorada de San Petersburgo. Era apuesto, rico, inteligente, célebre, y cuando lo conocí se hallaba en vías de una brillante carrera militar en la corte. No se podía desear nada mejor.

Mi tragedia empezó del mismo modo que años más tarde terminaría: en el andén de una estación. Stiva, mi hermano, me había pedido que fuera a Moscú para ayudarlo a restablecer la paz de su hogar. Qué ironía, fui llamada para componer un matrimonio sin saber que este viaje sería el motivo de la destrucción del mío. Vronski se encontraba en la estación para esperar a su madre, que viajaba en el mismo tren. Cuando la condesa nos presentó, le dije: "Si la condesa y yo hemos estado hablando todo el tiempo: yo de mi hijo y ella del suyo". Mi comentario fue el de una mujer mayor al hijo de una amiga, a un joven que no pertenecía a mi generación. Nunca me imaginé que en ello radicaría la catástrofe de nuestra futura relación. Cuando nos dirigimos hacia la salida ocurrió un accidente. Un borracho no oyó que el tren daba marcha atrás y fue atropellado. No pude contener las lágrimas y empecé a temblar. Es un mal presagio, pensé. Nuestro segundo encuentro...

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