Imaginario de la literatura / Confidencias de un detective victoriano

AutorGuadalupe Loaeza

Mi nombre es Holmes, Sherlock Holmes. Soy el prototipo oficial del detective, particularmente del detective inglés de la época victoriana. Ríos de tinta han fluido desde que mi creador, Sir Arthur Conan Doyle, me introdujo al mundo en 1887 en una aventura intitulada Estudio en escarlata. Desde entonces, han aparecido innumerables ediciones, traducciones y dramatizaciones cinematográficas. Mis características están basadas en Joseph Bell, uno de los profesores que Sir Arthur Conan Doyle conoció en el Edinburgh Infirmary, donde estudió medicina. En la biografía que me concedió Sir Arthur, nací el 6 de enero de 1854, a principios de la época victoriana. Mi padre era un hacendado inglés y mi madre descendía de una estirpe de pintores franceses. Soy delgado, alto, tengo ojos vivos y penetrantes, y mi nariz es delgada y aguileña, como el pico de un ave de rapiña, lo que da a mi cara una expresión de gran penetración. Soy químico, pero nunca seguí con regularidad los cursos universitarios. No me gustaba detenerme en lo que todo el mundo aprende y, en cambio, me gustaba profundizar materias y puntos que todos descuidan. Fui el asombro de los profesores, pasaba todo mi tiempo en el laboratorio, por la cual siempre llevaba las manos manchadas de tinta y quemadas por los ácidos.

Vivo en el 221B de Baker Street en Londres. En ese domicilio, comparto un departamento con mi compañero, colaborador y amigo, el doctor Watson, quien es el narrador de todas mis aventuras en los libros publicados sobre los casos que he resuelto. No soy un hombre de vida desordenada; me considero modesto en mi manera de ser, regular en mis costumbres y rara vez me acuesto después de las diez. Me levanto muy temprano y el día lo paso entre el laboratorio químico y la sala de disección. Algunas veces doy paseos por las afueras de la población. Soy adicto a la cocaína (solución al 7 por ciento), y puedo pasar días enteros tumbado sobre un canapé, inmóvil y sin articular palabra. Según Watson, mis ojos toman una expresión tan vaga y soñadora, que cualquiera me tomaría por un imbécil o por un loco si mi sobriedad característica y la perfecta moralidad de mi vida no fueran una constante protesta ante semejante suposición. Sin embargo, debo señalar que a medida que mi fama creció, dejé de tomar cocaína. Watson dice que soy arrogante y demuestro desdén hacia las personas menos inteligentes que yo. Me considero bastante erudito en algunas cosas, pero para otras soy una verdadera...

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