Imágenes insurrectas

AutorHumberto Musacchio

Para quien trabajó varios años como editor de periódicos y revistas, lo más agradecible en las gráficas de Rodrigo Moya es, por supuesto, el asunto y su tratamiento, la composición y sus cualidades informativas y plásticas, pero también su perfecta nitidez, el foco preciso, la profundidad tridimensional de sus tomas y la riqueza de los detalles, características que le otorgan a cada foto una extraordinaria aptitud para ser reproducida.

A mediados de los años cincuenta, cuando aparece Rodrigo Moya en el escenario periodístico, los fotógrafos ya no cargaban los legendarios cajones de fuelle que requerían de facultades atléticas. Durante la Segunda Guerra, la necesidad de contar con máquinas más ligeras había popularizado la Leica y sobre todo sus imitaciones, y aunque la carrocería se había comprimido razonablemente para facilitar el trabajo de los fotorreporteros, las cámaras fotográficas eran todavía instrumentos pesados, como lo seguirían siendo por varias décadas.

Rodrigo Moya, en su fulgurante paso de apenas tres lustros por el fotoperiodismo, llevaba encima la inevitable cámara de 35 milímetros, pero igualmente cargaba con una Rolleiflex o con su infaltable Bronika, tosca pero eficiente imitación de la aristocrática Hasselblad que le permitía un virtuosismo que no se alcanzaba con las cámaras habituales de los reporteros.

Cabe la referencia a lo aparatoso de las cámaras o a su peso porque el oficio del fotógrafo de prensa, que ahora no es en modo alguno fácil, en aquel tiempo tenía tintes heroicos. La segunda mitad de los cincuenta y la década de los sesenta conforman una época pródiga en movimientos sociales, en protestas y rebeldías del talante más diverso; un tiempo de alta intensidad histórica en que las ciudades y los campos fueron escenario de grandes movimientos sociales, de protestas y rebeldías diversas aplastadas por el poder.

En el ventarrón de aquellos días, los fotorreporteros debían llevar cotidianamente sus tomas a la mesa de redacción. Eso lo hacían todos, pero en la memoria colectiva sobreviven sólo algunas imágenes, precisamente las de los hombres de cámara que captaban el torrente social sabiéndose parte de él, pero que, como Rodrigo Moya, al estar situados enfrente por motivos profesionales y no pudiendo ser sus actores se empeñaron en ser testigos de excepción, y lo consiguieron.

Una fotografía, si se permite la obviedad, no induce una revolución. Una toma, por tremenda que sea su denuncia, no lleva a la...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR