Cambio político y consolidación de la democracia en México

AutorLorenzo Córdova Vianello
Páginas13-26

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Introducción

A raíz de las elecciones1 del 2 de julio del 2000, el tema de la transición, que había sido profusamente tratado en nuestro país por muchos estudiosos de la realidad política mexicana, fue reabierto para intentar situar la alternancia en la Presidencia de la República dentro de los muchos esquemas que habían sido trazados con anterioridad. Para muchos (la mayoría) la transición podía declararse concluida; para otros, el país se enfrentaba ahora al reto de consolidar la recién estrenada democracia; para unos más, la democratización todavía no había terminado, considerando que la salida del PRI de los Pinos era sólo un capítulo, el primero, en nuestro proceso de transición política.

Más allá de las diversas posturas: transición acabada, consolidación, o transición en curso, lo cierto es que los resultados de la elección federal del año 2000 reabrieron con intensidad en México el tema de las transiciones a la democracia. En ese contexto, creo necesario hacer algunas breves reflexiones que nos permitan precisar el uso de los conceptos que generalmente son utilizados en esta materia, así como los alcances y contenidos de cada uno de ellos.

I ¿La mexicana es realmente una transición?

Desde mediados de los años setenta, los diversos procesos de cambio político que ocurrieron en los sistemas con tradiciones autoritarias, desencadenaron una enorme cantidad de reflexiones sobre el tema de las transiciones, al grado que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el de la transición se volvió en las últimas dos décadas un tema de moda en el ámbito de la Ciencia Política.

La transformación de numerosos regímenes autoritarios en sistemas democráticos en todo el mundo (los casos más notorios son los de Portugal —con su “Revolución de los Claveles”—, de España, de los países de América Latina que vivieron dictaduras militares y de los países del Este de Europa) han estimulado los estudios teóricos del fenómeno de las transiciones. Algunos de estos trabajos, como los de Guillermo O’Donnel, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead (Transiciones desde un gobierno autoritario), Samuel P. Huntington (La tercera ola) y Albert Hirschman (Retórica de la intransigencia), se convirtieron en verdaderos clásicos de esta materia. Una tendencia compartida por todos estos trabajos es la de buscar elementos comunes en losPage 15 fenómenos de transición, para lograr formular modelos universales. Me parece que este intento, es sin duda interesante desde un punto de vista metodológico y comparativo, resulta una gran fuente de confusiones desde un punto de vista conceptual. En efecto, cada fenómeno de cambio político es, en estricto sentido, característico de sí mismo y distinto a la vez, de cualquier otro. Intentar encontrar elementos comunes entre el cambio político mexicano y la transición española o entre estos y los regímenes militares sudamericanos, por ejemplo, se convierte, a mi juicio, en un ejercicio útil para fines comparativos, pero a fin de cuentas, inútil para toda finalidad práctica. Se trata de fenómenos diferentes y es de manera diversa que deben ser considerados. Responden a razones y a necesidades distintas y tienen tiempos y resultados también distintos.

El de “transición”, probablemente junto con el de “democracia”, ha sido uno de los conceptos de los que más han abusado los estudios teóricos de corte político y sociológico, al grado de haber generado una enorme confusión por lo que hace a sus contenidos y significado.

El término “transición”, aplicado a los fenómenos políticos, fue utilizado en su sentido originario para referirse a la transformación de un sistema políticoconstitucional en otro distinto, no simplemente para hablar de un cambio de régimen o de partido en el poder. Para que podamos hablar correctamente de transición es necesario que se verifique un cambio radical que toca la estructura de la forma de gobierno o de la arquitectura misma del Estado. Una transición es aquella que vivieron las monarquías absolutas cuando se transformaron en estados democráticos o en monarquías parlamentarias; o aquella que sufrieron los sistemas totalitarios cuando se constituyeron en democracias. En estricto sentido una transición implica un cambio de forma y de contenidos que normalmente se cristalizan en un nuevo régimen político-constitucional. Prueba de ello es que casi todas las transiciones se han concretado con la expedición de nuevas cartas fundamentales; tal es el caso de los ejemplos que hemos mencionado: Portugal, España, Europa del Este y los países latinoamericanos, los cuales salieron de largos periodos de dictadura.

En este sentido, quisiera sostener la tesis de que en México no es correcto hablar, en estricto sentido, de una transición sino, más bien, de un profundo y muy importante cambio político. Lo que cambió en nuestro país como consecuencia de las elecciones federales del año 2000 no fue el sistema político en sí, sino el partido en el poder, como resultado de un “simple” proceso electoral. Claro, es evidente que el proceso de cambio al que nos referimos no fue algo improviso,Page 16 sino una lenta y gradual serie de transformaciones que, en su conjunto, a la larga, permitieron la alternancia. Ahora bien, en México podremos hablar de un cambio en el modo en el que se tomaban las decisiones políticas, en el modo mismo de hacer política pero no de un cambio de régimen político-constitucional. Tan es así, que las bases constitucionales del Estado mexicano siguen siendo, en esencia, las mismas que hace ochenta y cinco años.

Desde un punto de vista estrictamente formal o constitucional nuestro país es una democracia desde 1917. Desde el texto original de nuestro ordenamiento constitucional se contemplaban las instituciones y las reglas de un sistema democrático representativo, la división de poderes, los derechos fundamentales y sus mecanismos de garantía. El cambio no consistió, pues, en una profunda transformación de nuestro régimen constitucional —que, insisto, en esencia sigue siendo el mismo—, sino en la verdadera aplicación de las reglas del juego democrático, muchas de las cuales existían pero no eran aplicadas, aunque otras muchas, es cierto, tuvieron que ser innovadas.

El estigma autoritario del régimen se fundaba, más que en las características autocráticas del mismo, que indudablemente las tenía (de hecho todos los sistemas presidenciales —unos más, otros menos, dependiendo de la cantidad de atribuciones que se hacen al Ejecutivo y a los equilibrios institucionales que se crean con los demás órganos del Estado— tienen, dentro de los sistemas políticos democráticos, una acentuada dosis autocrática2, y son muchos, los estudios que consideran al mexicano como uno de los sistemas presidenciales con mayor concentración de poder), en las características “metaconstitucionales” de que gozaba el ejecutivo (y que lo colocaban como la cabeza de todo el aparato político-decisional). Haciendo un símil, podemos decir que el presidente ocupaba el vértice de dos pirámides paralelas: la de la estructura institucional (es decir, tenía un peso mayor que el de los demás poderes —tanto federales como locales—) y la de la estructura decisional (el presidente tomaba, en última instancia, todas las decisiones de peso en el país). Hoy en día, esas características han desaparecido prácticamente por completo; el ejecutivo ha dejado de ocupar de manera exclusiva el vértice del sistema político y lo comparte con otros poderes, órganos y actores políticos. Además, la estructura decisional ya no pasa única y exclusivamente por el Ejecutivo si no que atraviesa otras instituciones, el Congreso, en primer lugar.

Ese cambio, evidentemente trascendental, se dio de manera casi silenciosa dentro de los conductos institucionales que el propio sistema había creado. FuePage 17 el producto de una gradual y paulatina inclusión de diversos y cada vez más numerosos actores políticos en los espacios de representación a todos los niveles que, poco a poco, erosionaron la enorme concentración de poder en manos del Ejecutivo. A pesar de que ese cambio se dio más bien en los hechos y no en la estructura...

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