Humberto Musacchio/ Tepito, caso a modo de ejemplo

AutorHumberto Musacchio

El motín de Tepito ilustra en forma dramática los alcances de la inseguridad pública. Independientemente de que algunos interesados promovieran la violencia, lo que se puede apreciar es que por el motivo que se quiera -y razones sobran- hay en la gente común un ánimo rijoso que nace de causas profundas que se localizan en la insatisfacción económica, en una vida dedicada al trabajo que no halla recompensa adecuada ni tiene más horizonte que el abismo de una vejez con pensiones que son una burla o de plano sin pensión alguna.

Otra constatación es que los cuerpos de seguridad -llámense policía preventiva, auxiliar, judicial o lo que sea- no están capacitados para imponer el orden y hacer valer el Estado de derecho. En general se trata de corporaciones mal entrenadas, peor equipadas, sin espíritu de cuerpo ni razón moral para arriesgar la vida por una causa tan abstracta como la seguridad pública. Los mandos de esas corporaciones tampoco tienen aptitud para dirigir a sus subordinados y cumplir con su deber de imponer la ley. En general, con las excepciones por conocer, se trata de oficiales corruptos que mantienen un nivel de vida que está muy por encima de las posibilidades reales que ofrece su triste salario.

El jueves, en Tepito, el gobierno capitalino volvió a equivocarse al ordenar la retirada de sus efectivos. Lo hizo, suponemos, porque quiso evitar que subiera de tono el enfrentamiento entre la policía y el gentío. Pero el resultado de su actitud fue que las calles de una importante zona de la ciudad se convirtieran en campo de batalla, en arena de toda clase de robos y asaltos, de abusos y agresiones. El error del gobierno capitalino fue desde luego policiaco, pues no se hizo una estimación adecuada de lo que sucedía y, sobre todo, de lo que podía pasar y efectivamente pasó. Pero la equivocación fue sobre todo de carácter político. Esta vez el gobierno del Distrito Federal incurrió en el mismo pecado en que ha caído ante otros amotinamientos, como los de policías auxiliares, que en horas de servicio y uniformados han realizado plantones, bloqueos de calles, ataque injustificado a ciudadanos y otros actos delictivos. La inacción de las autoridades en esos casos no se ha traducido en menos indisciplina. Por el contrario. Ha servido como acicate para nuevos y mayores actos de insubordinación, con frecuencia alentados por los mismos comandantes obligados a imponer el respeto a leyes y reglamentos.

Pero las actitudes contrarias al marco...

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