Los huevos del águila

AutorEduardo R. Huchim

Hace 30 años, en 1977, una importante reforma electoral introdujo un tímido financiamiento público a los partidos políticos para algunas de sus actividades, fundamentalmente la edición de las publicaciones a que los obligaba la ley.

Una década más tarde, en 1987, es decir hace 20 años, el financiamiento público a los partidos se amplió: ya no sólo fue para sus tareas editoriales, sino también para sus actividades ordinarias y de campaña. Ésta fue una innovación muy relevante, porque hasta entonces el único partido que recibía a trasmano recursos del gobierno era el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que de ese modo podía destinar, a sus campañas electorales y a otras actividades, grandes cantidades de dinero que lo situaban en una posición muy ventajosa respecto de sus adversarios.

Con la reforma de 1987, el financiamiento público se otorgó a todos los partidos, si bien la mayor parte de él correspondió al PRI, debido a que era el que poseía mayor votación. En 1996 se fijaron nuevas reglas para el financiamiento público y se determinó que éste debería prevalecer sobre el privado, con la plausible intención de que los partidos no quedaran subordinados al capital de procedencia empresarial.

Caudaloso financiamiento

A partir de entonces empezó a fluir un río de dinero público a los partidos, un río que se ha hecho más y más caudaloso. En 10 años, entre 1997 y 2006, los partidos recibieron sólo en financiamiento público federal -es decir, sin incluir los estatales y el del DF- más de 25 mil millones de pesos. ¿Y cuánto son 25 mil millones de pesos? Es mucho más, por ejemplo, que el gasto programable de la Presidencia de la República en esos mismos 10 años (14 mil millones). Y es prácticamente igual al gasto programable del Poder Judicial de la Federación previsto para 2007 (25 mil millones).

¿Es razonable que los partidos hayan consumido tan vastos recursos? Yo creo que no, aunque hay quienes piensan que sí argumentando, no sin cierta demagogia, que la no-democracia es más costosa, como si el dinero fuera el único motor que debe impulsar eficazmente a la democracia.

Adicionalmente, el esquema actual de financiamiento público partidario ha generado absurdos como éste: en la elección intermedia de 2003 (sólo de diputados federales), los partidos consumieron casi 5 mil millones de pesos, en tanto que en los comicios presidenciales de 2000 absorbieron 3 mil millones y en los de 2006, 4 mil 200 millones de pesos.

Dicho de otro modo, los partidos consumieron más recursos públicos en los comicios federales de 2003 que en los de 2000 y 2006, a pesar de que en estos últimos años hubo tres elecciones y en 2003, sólo una. Para resolver casos como aquél, existe una forma relativamente fácil que ha sido planteada incluso en el Congreso de la Unión: en vez de entregar el doble de dinero en todos los años de comicios, reducir al menos en 50 por ciento el sobrefinanciamiento en año de elecciones intermedias, o sea, que en vez de otorgar el doble, se otorgue tanto y medio. Se ahorrarían así más de mil millones de pesos.

Hay otros absurdos en puerta. Una proyección realizada por el consejero Arturo Sánchez y citada por Fernando Agíss, director ejecutivo de Prerrogativas y Partidos Políticos del IFE, revela que en los próximos comicios intermedios, en 2009, se repetirá la historia de 2003: se dará a los partidos, para una sola elección (diputados), más que para las tres realizadas en 2006. No sólo eso, si no cambia la legislación, en 2009 recibirían, para erogaciones de campaña, recursos que no podrían emplear en ese fin porque rebasarían los respectivos topes de gastos. Así, el PAN obtendría cinco veces más y el PRI y el PRD, tres veces más.

Del erario a la tv, por la ventanilla partidaria

Es de tal desmesura el monto de recursos públicos que reciben los partidos políticos, que ellos mismos, por conducto de sus grupos parlamentarios...

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