Huesos en el desierto

AutorGerardo de la Concha

Llanos pedregosos, desierto endurecido. De pronto, el silencio. Al cerrar el libro de Sergio González Rodríguez puedes hacer una plegaria, o llorar, o llenarte de ira, o las tres cosas, pero no permanecer indiferente, ya no, un tiempo quizá pudiste, pero ya no, porque esas páginas se labraron como un monumento a la memoria y contra el olvido.

Del infierno salieron unos depredadores y comenzaron a supliciar a las muchachas, a matarlas, a tirarlas luego en la soledad del desierto para que el sol las pudriera y calcinara sus huesos. Y en su pueblo, el de las muchachas, hubo indiferencia durante años y las llamadas autoridades se convirtieron en cómplices de los monstruos, por negligencia o por cosas peores. Y sólo la palabra vino para despertar a muchos y tocó así un réquiem inevitable y acompañó a la gente en su indignación. La palabra.

En su libro, Sergio logra el tono justo. En un tema hundido en el horror, el tono es muy importante. La prosa debía sostener una indagación del mal absoluto, la impiedad, la inocencia desangrada, la imbecilidad - encarnada sucesivamente por las autoridades locales panistas y priistas- , la indiferencia, la locura, el caos, sin caer en la complacencia de ninguna especie, o el amarillismo, o el morbo, expresado como una verdadera pornografía de la violencia y disfrazado de literatura.

En 1995 era asesor del Secretario de Gobernación; creí mi deber entregarle unas tarjetas en torno a las muchachas asesinadas en Ciudad Juárez. Recién se había detenido a la banda de Los Rebeldes, acusados de cometer la mayor parte de esos crímenes para encubrir supuestamente al egipcio Abdel Latif Sharif, preso y juzgado como autor de los primeros asesinatos. Recuerdo haber compartido con Sergio el escepticismo acerca de que el caso estuviese resuelto por las autoridades locales, cuya falta de eficacia sería evidente después al continuar los asesinatos seriales transformando a Ciudad Juárez en el asiento de uno de los mayores casos criminales de la historia del mundo. Pero sobre todo, en ese momento ambos nos percatábamos de la falta de escándalo, de la hiriente indiferencia de la sociedad mexicana. Coincidimos en que una razón posible es que se trataba de muchachas pobres, de obreras de las maquiladoras, de seres fronterizos, vulnerables y más indefensos aún por su...

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