Hospitales en shock: Esto no es televisión

AutorFernando del Collado

Balbuena

21:45 horas

Juan se abotona la bata. Una simple ojeada a la lista de pacientes le permite concluir que la guardia nocturna será complicada. El tercer piso de Cirugía Plástica y Reconstructiva tiene todas las camas ocupadas. Se dice fácil, pero asistir a 30 pacientes durante toda la noche no es nada sencillo. Sobre todo, si únicamente se cuenta con dos enfermeros y un médico de base. El piso segundo, de Neurología, también está abarrotado y el hospital sólo cuenta con tres enfermeras y dos médicos residentes. "Es demasiada la carga de trabajo, mientras la Organización Mundial de Salud establece que debería haber un enfermero por cada ocho pacientes, aquí cada uno tiene, en promedio, 15 pacientes", dice el enfermero.

Al Hospital General de Balbuena se ha ingresado por la puerta trasera. No se trata de una visita oficial. El reportero se introduce gracias a la ayuda de un trabajador del hospital. Por ello y a solicitud expresa, los nombres de enfermeros y doctores han sido sustituidos por otros. Pero la experiencia es aleccionadora ya que permite viajar a las entrañas de un hospital del sector público capitalino sin los formalismos obligados: "Desde que los medios han estado sacando esas notas amarillistas sobre los hospitales, los controles están a la orden del día. Ahorita están encendidos los focos rojos.

Tenemos visitas y auditorías sorpresa, aquí la llamamos la burbuja. Es como si uno tuviera tiempo para desatender el trabajo", comenta el enfermero.

22:00 horas

El servicio de cirugía reconstructiva se llena de caras nuevas y batas limpias. Es el cambio de turno. Los que se despiden casi no les quedan ganas de nada. Los que se quedan inician su rutina tan familiar como monótona. El adjunto de cirugía reconstructiva, el médico Alfredo, que estará al frente del equipo de guardia de ese piso, ha girado las últimas indicaciones para cada paciente. Durante toda la noche estará atento por si se le necesita. Pero los enfermeros no necesitan de nuevas indicaciones. En cada una de las hojas clínicas están señaladas las soluciones y las cantidades médicas que requerirán los enfermos durante la vigilia.

Para fines prácticos, cada uno de los enfermeros se divide a los pacientes en mitades exactas. Lo primero: señalar con cinta adhesiva blanca el número de camas y pegarlas en cada una de las jeringas. Después, se preparan las soluciones una por una, jeringa por jeringa. Analgésicos, antibióticos, desinflamatorios, entre otros, forman la dieta de los pacientes. Aunque mecánica, la preparación lleva su tiempo. Uno de los enfermeros, con más de 15 años de experiencia laboral, reta al visitante: "Andale, tómame los minutos que me tardo en preparar un solo medicamento. Verás que no se trata de enchiladas. Por más rápido que maniobre, cada solución tiene su tiempo medido". El botón de muestra es un antibiótico cristalino y espeso como el aceite, que se resiste a la succión de la jeringa. Para diluirla, el enfermero extrae una pequeña cantidad de solución salina de una bolsa de suero y la revuelve con el antibiótico, dentro de una jeringa. Esa operación la repite en tres ocasiones hasta lograr la disolución total y ocupar los mililitros requeridos. La maniobra tarda dos minutos. Es, en todo caso, la primera de las cuatro soluciones que requiere un sólo paciente. El enfermero tendrá que preparar 56 soluciones médicas de ese tipo, indicadas para 14 pacientes, en una primera ronda de visita. Durante la guardia nocturna, otras dos rondas tendrán que realizarse.

23:40 horas

Una vez preparadas las soluciones médicas, los enfermeros inician su primera ronda. Mientras el enfermero Oscar maniobra con las sondas y el suero, le pregunta al paciente sobre el origen de su herida. José Antonio, de 27 años, con el pecho descubierto y con dos huellas de pinchazos limpios, de esos que casi no sangran, le responde que fue por una riña callejera, allá en un barrio que describe adelante de Ecatepec, estado de México. Pero José Antonio tuvo suerte con los "navajazos" que recibió apenas unas horas antes. De no haberse apartado, las heridas punzocortantes pudieron haberle atravesado los pulmones y su estado sería otro.

Pero si José Antonio puede hablar con facilidad, a su compañero de cubículo, Ramón, de 47 años, las heridas le impiden comunicarse. Su rostro, hinchado al extremo de estar desfigurarlo por completo, describe por sí mismo el grado de trauma recibido. De suerte que entre los párpados hinchados una pequeña rendija carnosa permite observar el color negro de sus ojos, que no paran de lagrimear. Quizá por lo vehemente de su herida, a Ramón no le cuesta trabajo asumir, con una contraseña, que el origen de su hospitalización se debe al exceso de alcohol etílico. Su mensaje es corroborado por una señal realizada con su mano izquierda. Se cayó de narices de su bicicleta y fue a parar a un acantilado en su barrio de Tecaxtengo, estado de México.

En la cama de enfrente, a Raúl, de 22 años, que llegó ahí por quemaduras de segundo y tercer grado, el dolor no le permite dormitar. Su herida, que cubre todo el torso, está al rojo vivo. Plomero de oficio, la herida fue provocada por "jugar" con sus compañeros. "Fue cuestión de que me distraje y como teníamos el soplete prendido, pues me prendió toda la ropa", comenta como renegando de su suerte.

Al otro extremo, Leoncio, de 42 años, describe que tuvo un accidente automovilístico. Su pierna izquierda presenta fractura y tiene heridas en el rostro y en gran parte del brazo derecho. El, que dice que fue embestido en una esquina sin semáforo, acaba de recibir la visita de los agentes del Ministerio Público. Como salió herido del accidente, la declaración ministerial es obligatoria. El enfermero sólo alcanza a musitarle: "Así es la vida: nunca sabemos si vamos a regresar sanos y salvos a casa".

00: 30 horas

Si en el servicio de Cirugía...

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