Vittorio Hosle, Der philosophische Dialog: Eine Poetik und Hermeneutik.

AutorLeal Carretero, Fernando
CargoRese

Vittorio Hösle, Der philosophische Dialog: Eine Poetik und Hermeneutik, Verlag C.H. Beck, Munich, 2006, 494 pp.

A lo largo de su milenaria historia, el discurso filosófico ha adoptado casi todos los géneros (epos, poema didáctico, techne, investigación histórica, tragedia, oración forense, autobiografía, Bildungsroman, drama moderno, artículo de revista especializada) e incluso inventado algunos por cuenta propia (aforismo, diálogo, epístola, akroasis, expositio, quaestiones, summa, ensayo, máxima). La ambición y el talento literarios de los filósofos presentan igualmente una gran diversidad, si bien sólo unos cuantos filósofos son reconocidos universalmente como notables estilistas. Sin embargo, es preciso reconocer que el tema de la filosofía como una rama de la literatura (para utilizar la expresión de Collingwood, 1933, cap. X) no es aún muy popular. Y ciertamente no contamos con nada parecido a una visión de conjunto de los géneros literarios de la filosofía. La obra reciente de Vittorio Hösle es un intento de caracterizar uno de ellos, el del diálogo.

Los amantes del género recordarán la obra monumental de Rudolf Hirzel (1895), quien en dos gruesos volúmenes recorre la historia completa del diálogo, tanto la escrita por autores que hoy se consideran filósofos (y con propósitos que se reconocen hoy como filosóficos), cuanto la procedente de la pluma de poetas, teólogos, científicos y publicistas, o los que hoy se tiende a considerar tales. (1) Hösle reconoce desde el principio de su obra que no pretende suplantar o actualizar a Hirzel; ni siquiera con la limitante de ceñirse estrictamente al diálogo filosófico tendría él esa pretensión (prefacio, p. 9). De hecho, aunque el profesor Hösle hace gala de una enorme erudición, admite no haber leído completos todos los diálogos a que hace referencia. Tal y tanta humildad es de agradecerse.

Como no cabía esperar otra cosa, en el centro de su atención están los diálogos de Platón, modelo del género, tanto cronológicamente como desde el punto de vista de la crítica. En un segundo lugar, muy distante del primero, aparecen principalmente los diálogos de Cicerón y de Agustín de Hipona, de los que puede decirse fundan dos subgéneros del diálogo filosófico. En tercer lugar figuran los diálogos de David Hume y de Denis Diderot. Y de tanto en tanto aparecen los diálogos de Pedro Abelardo, Jean Bodin, Nicolás de Cusa, Joseph de Maistre, André Gide (!), Iris Murdoch y Paul Feyerabend. Como dije antes, Hösle se refiere a bastantes más obras que éstas, pero puede decirse que los nombres anteriores son la fuente principal de las tesis del autor sobre el diálogo filosófico.

Se trata de un excelente libro de consulta, repleto de datos interesantes y tan completo en los rubros que cubre como se puede esperar. Por ello, no vacilo en recomendarlo ampliamente a cualquier estudiante o investigador serio que se interese por el diálogo filosófico. Sin embargo, debo advertir al lector que el estilo del autor es con frecuencia innecesariamente pedante. Un ejemplo entre muchos: el capítulo 3, sobre forma y contenido del diálogo filosófico, comienza afirmando estentóreamente que "el buen arte y la buena filosofía tienen entre otras cosas en común que lo aditivo se les resiste". El lector se pregunta naturalmente qué cosa es das Additive. Yo al menos nunca había oído hablar de semejante categoría. Hösle no quiere dejarnos totalmente con la duda y añade: "el mero añadir información ulterior". Al no resistirse nuestro autor a añadir esta información ulterior, algo mejora nuestra comprensión, aunque no mucho: ¿en qué sentido el buen arte y la buena filosofía se resistirían a añadir información ulterior?, ¿qué es, a fin de cuentas, información ulterior? En un tercer intento por aclarar lo que quiere decir, Hösle nos espeta que "una gran obra de arte y un escrito filosófico significativo buscan aquella forma de unidad que se suele llamar 'orgánica', porque las partes se conciben con relación unas a otras y con relación al todo". Dejando de lado las vaguedades del término "orgánico", del que se ha abusado siempre, resultaría pues que lo que andaba queriendo decir Hösle es que un buen diálogo filosófico es un escrito que es diálogo (está construido como diálogo) y que es filosófico (habla de problemas filosóficos). Este tipo de perogrulladas expresadas con pedantería abunda en el libro, y creo que un buen corrector dé estilo, o al menos un corrector anglosajón, las habría eliminado y con ello probablemente reducido las casi 500 páginas del libro a no más de 200. Cualquier lector, y ciertamente quien esto escribe, habría agradecido mucho este esfuerzo adelgazador.

Como dije antes, la ya larga historia de la filosofía se caracteriza por una enorme riqueza literaria, una abundancia de géneros y subgéneros. De allí que Hösle vea como una de sus tareas esbozar al menos una clasificación de los géneros literarios de la filosofía que permita ver lo que de peculiar tiene el diálogo. La clasificación que nos presenta en el capítulo 1 ("El lugar del diálogo filosófico entre las formas literarias de la filosofía", pp. 17-29) es ciertamente uno de los aspectos más interesantes de su libro, si bien el tono hace pensar que el autor olvida que toda clasificación es una operación cognitiva arbitraria: hay en principio muchísimas maneras posibles de clasificar los géneros literarios de la filosofía, y la de Hösle es solamente una de ellas. Con todo, admito que su propuesta es tolerablemente clara y que podría resultar útil (dos de los principales méritos de una clasificación cualquiera). Dicho en términos más simples que los que Hösle cree deber emplear, podemos distinguir los géneros filosóficos según se enfatice la primera persona, la segunda o la tercera. Mientras que, por un lado, los diarios de Marco Aurelio o Gabriel Marcel, las confesiones de Agustín de Hipona, los essais de Montaigne y las meditaciones de Descartes hacen filosofía en primera persona, tendríamos, por otro lado, que los poemas de Empédocles y Lucrecio, las notas de los cursos de Aristóteles, las quaestiones de los doctores de la Iglesia, la Ethica de Spinoza y todos los demás grandes tratados de la historia de la filosofía, así como las lecciones de Adam Smith y Kant, de Hegel y Heidegger, hacen filosofía primordialmente en tercera persona. Esto es bastante claro; y también lo es que, frente a ambos grupos, tenemos una serie de obras escritas en segunda persona, a saber las pocas cartas de Platón y Epicuro, y muchas de Séneca, a sus respectivos discípulos, las pulidísimas de Pascal y Voltaire, las voluminosas y múltiples correspondencias de Descartes, Leibniz, Bentham, Kant y tantos otros filósofos, destinadas a una mayor, menor o casi nula difusión según el caso; pero en segunda persona también, en primerísimo lugar, estaría justamente el diálogo filosófico en toda su variedad literaria. La clasificación de Hösle sin duda permite...

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