Homero Aridjis / Spoleto hace 40 años

AutorHomero Aridjis

En julio de 1967, Octavio Paz y yo nos encontramos en Umbría, la pequeña ciudad de Spoleto, para el Festival de los Dos Mundos, fundado en 1958 por el compositor ítalo-americano Gian Carlo Menotti. Desde su llegada, nos vimos con frecuencia, prefiriendo el diálogo con los demás poetas que asistir a las obras de teatro y a los conciertos que tenían lugar todas las noches.

"Las personas no están siempre con nosotros", me dijo Octavio. "En cualquier parte y en cualquier tiempo se puede oír música e ir al teatro". Pero la tentación de asistir a los espectáculos montados por el Festival dei Due Mondi aquel año de 1967 era muy grande. Especialmente porque hubo una producción del Don Giovanni de Wolfgang Amadeus Mozart con escenografía de Henry Moore, quien fue excepcionalmente a Spoleto para supervisar la presentación de las esculturas que diseñó para la ópera. El arquitecto americano Buckminster Fuller, inventor del domo geodésico, donó aquel año la "Spoletosphere", para que fungiera como lugar de encuentro e intercambio de ideas durante el festival. El realizador polaco Jerzy Grotowski puso en escena El príncipe constante de Pedro Calderón de la Barca. Hubo representaciones de danza, tanto clásica como de jazz, de compañías europeas y americanas. El gran pianista ucraniano Sviatoslav Richter dio un concierto. Las lecturas de poesía eran irresistibles. Allí estaban poetas que antes yo sólo había conocido de nombre como Rafael Alberti, Yehuda Amichai, Giuseppe Ungaretti, Alfonso Gatto, Vittorio Sereni, Allen Ginsberg, John Berryman, Ingeborg Bachmann, Gregory Corso, y Charles Tomlinson. De México éramos Octavio Paz, Homero Aridjis y José Emilio Pacheco.

Los poetas cenábamos en las trattorias o caminábamos entre los edificios medievales por las calles de lo que fue Spoletium bajo los romanos. Fuimos Octavio, Marie-José, José Emilio y yo (en el pequeño Simca manejado por mi mujer Betty) a Assisi a ver los frescos del Giotto, pasando por el chiostro degli Morti y subiendo al Eremo delle Carceri a ver el lecho de piedra donde dormía San Francisco, "El único santo occidental que se parece a uno del oriente", según dijo Paz.

Una tarde, para celebrar el cumpleaños de Menotti, después de un recital nos reunimos en un restaurante. Al final de la comida, Ginsberg cantó una mantra tibetana, y Ungaretti llevó el ritmo golpeando el suelo con su bastón y soltando de vez en cuando una risotada, muy divertido. A veces, il poeta vecchio participaba en la charla...

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