Homero Aridjis / Borges en Morelia

AutorHomero Aridjis

Hay tanta soledad en ese oro.

Jorge Luis Borges,

"La luna", recitado en Morelia.

Hace 25 años, Jorge Luis Borges vino a Morelia para participar en el Primer Festival Internacional de Poesía. Lo había encontrado antes en Nueva York, en el apogeo de su fama, pero esta sería la primera vez donde en un festival de poesía alternaría con autores como Günter Grass, Seamus Heaney (ambos después premios Nobel de Literatura), Allen Ginsberg, Vasko Popa, Tomas Tranströmer, João Cabral de Melo Neto, William S. Merwin, Michael Hamburger, Iván Malinovski, Marin Sorescu, Katerina Angelaki-Rooke y Eugénio de Andrade, entre otros. Me interesaba ver la reacción de Borges entre poetas procedentes de cerca de 30 países. El autor de El Aleph y Ficciones era el más famoso de todos.

El último día del festival me dirigí al aeropuerto de Morelia para recibirlo. Me acompañaba el entonces representante del gobierno del estado de Michoacán en el Distrito Federal, una especie de James Cagney en la película Alma negra. Me impresionó que cuando entre truenos y relámpagos apareció el avioncito en que Borges venía, surgieron cientos de alacranes güeros arrastrados por el agua que inundaba los canales del aeropuerto. Para mi sorpresa, el James Cagney comenzó a picotearles la espalda con su paraguas para que se descargaran la uña envenenada contra sí mismos.

"Ya viene Borges, el autor de 'Las ruinas circulares' y de 'Funes el memorioso'", traté de distraerlo de los alacranes. Fue inútil, él siguió picoteándolos con expresión de poseso.

El avioncito aterrizó. El cuerpo del bardo legendario no podía salir del asiento, y con su cabeza de ciego se asomaba a la ventana pidiendo ayuda.

Para bajarlo, los pilotos tuvieron que plegar el asiento y yo de repente me encontré sujetando en vilo al poeta de "Ajedrez" y "Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad".

Con fino humor, el autor argentino se disculpó por haber llegado tarde a Morelia. Me dijo que él y María Kodama habían estado varias horas en el hotel esperando a que los recogiera la gente que los trasladaría al aeropuerto de la Ciudad de México para tomar el avión. "No importa, en Argentina también somos impuntuales", balbuceó. Su comentario no fue del agrado de María Kodama. "Bueno, he querido ser cortés con los mexicanos", aseveró él.

De allí nos fuimos al Hotel Villa Montaña. Mi esposa Betty y yo los acompañamos a su cuarto. Sentado en un sillón, nos dijo: "Este hotel es muy bello". "¿Por qué lo dice, Borges, si no...

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