Los hombres

AutorJosé C. Valadés
Páginas11-75
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Capítulo XXXIII
Los hombres
UN PRESIDENTE SUSTITUTO
Desde el mes de octubre (1931), el general Plutarco Elías Calles, figura
excepcional y casi deslumbrante en la organización política y adminis-
trativa del partido de la Revolución, comprendió que la permanencia
del ingeniero Pascual Ortiz Rubio en la Presidencia constitucional de
la República sería insostenible, no por causa de ineptitud, negligen-
cia o deshonestidad de éste, sino debido a que los líderes que cons-
tituían la nueva y poderosa pléyade mexicana, sin tener ya sobre
ellos la autoridad predominante de los hombres que habían dirigido
y ganado la lucha armada a través de innúmeras vicisitudes, ya no se
creían obligados a observar una obsecuente o limitada acción im-
puesta por éstos. Así, los derechos de la guerra estaban cediendo el
paso a los derechos de la audacia o de la burocracia política.
Advertido, primero; convencido, después, de que Ortiz Rubio no
podía continuar en la Presidencia, Calles inició una serie de conside-
raciones y consultas con sus allegados, sin manifestarse en pro o en
contra de la posible renuncia del presidente.
Esta actitud reflexiva y cautelosa de Calles no se debió a la justa
comprensión que tenía acerca del valimiento que era la estabilidad
para el Estado mexicano. Debióse, de una manera directa y efectiva
a que él, Calles, era el responsable tanto de la presidenciabilidad de
Ortiz Rubio, cuanto de aquel nuevo sistema de partidos sin caudillos,
que había propuesto y llevado a la práctica como medio para salvar
Coronel Eduardo Hernández Cházaro, Jefe del Departamento Central
durante el gobierno de Pascual Ortiz Rubio
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al país de la tradicional autoridad del caudillismo. Calles, pues, en
medio de aquella responsabilidad nacional, quiso apartarse de la es-
cena, para probar que Ortiz Rubio se bastaba a sí mismo; pero tanto
arreció el descontento entre los políticos, que primero con mucho
comedimiento; después, con señalada resolución, se dispuso a servir
de enlace entre el gobernante agobiado por las pretensiones de
sus colaboradores y los ministros exaltados por las ambiciones.
Sin embargo, aquella tarea de responsabilidad personal y de res-
petabilidad hacia el Jefe del Estado que representaba Calles no fue
bien vista por el mundo popular de México, pues se acrecentó la
idea de que Calles era, ya sin reservas, el individuo que mandaba
sobre las determinaciones del presidente, y con ello empezó a acep-
tarse como realidad un régimen de Maximato que sólo correspondía
al vocabulario oficial y cortesano. De tal aceptación general al dis-
gusto de la población nacional sólo hubo un paso. Con esto, para el
país, tan detestable parecía Ortiz Rubio como detestable Calles, y
debido a lo mismo hizo aparición la indignación pública; ahora,
como la política y el Estado habían castigado muy cruentamente a la
República y sobre todo a los hombres principales de la República
política, faltaron los héroes para encauzar tal indignación, que desem-
bocó en rumores y blasfemias, en difamaciones y profecías, siempre
ajenas a la realidad.
Así las cosas, y aceptado que hubo la conveniencia de la renun-
cia de Ortiz Rubio y de elegir un presidente sustituto. Calles, desin-
teresado por su futuro personal y apartándose de las procesiones
populares o supuestas populares, que siempre habían sido el punto
de apoyo para su fuerza y poder políticos, no quiso al principio inter-
venir en la designación del suplente constitucional de Ortiz Rubio;
pero fueron tantos los peligros que para México se presentaron al
acercarse la crisis, que al fin procedió a examinar las posibilidades
que para el bienacepto nacional podían tener como presidentes sus-
titutos el general Joaquín Amaro o el ingeniero Alberto J. Pani.

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