El hombre muerto pide disculpas

AutorLuis Humberto Crosthwaite

Para Jesús Guerra Torres

Nadie sabía nada del muerto, salvo "que venía de la frontera"

Borges

Es un hombre que aparenta mi edad, serio y bien vestido. Nos hemos visto con simpatía desde hace unos meses que empezamos a coincidir en exposiciones y eventos literarios. No hemos cruzado palabra hasta ahora. Lo saludo con naturalidad y sonrío cuando se acerca.

Su mirada triste, apenada. Pone su mano en mi hombro como si estuviera a punto de darme el pésame o la noticia de una tragedia, como si fuera a confiarme un asunto íntimo.

Me acerco a usted para hacerle manifiesto que soy admirador de su obra. Sinceramente le digo que sus historias me han conmovido de una manera muy profunda.

Hoy no es un día distinto a los demás; diría, más bien, que desde un tiempo atrás mi vida ha comenzado a repetirse hora con hora. Pudo haberme dicho lo mismo ayer o antier. Observo mi reloj sólo como parte de un instinto; me incomoda que el hombre pudiera pensar que estoy apurado, con prisa, que no tengo siquiera un momento para atenderlo.

Hace una pausa, suspira e intenta organizar sus pensamientos. Estamos solos, lejos del resto de los asistentes; nos hemos alejado. Pienso en el mar, ese poder que tiene de arrastrar y atraer.

Su mirada triste, apenada.

No obstante, me es preciso informarle que debo matarlo, debo acabar con su vida por el simple hecho de haber recibido un pago por hacerlo. Ya tengo en el bolsillo un cincuenta por ciento de los honorarios por la transacción, y al aceptar ese dinero es imposible no realizar el trabajo que me fue encomendado. Para demostrarle la seriedad de este asunto, permítame enseñarle el arma con la que pienso realizar esta tarea.

La extrae de la bolsa interior de su saco. No sé bien cómo apreciarla. Es un objeto insólito, una herramienta inconcebible. Pienso en el mar que se extiende entre los dos. Cada quien su horizonte, cada quien enumerando las olas, el ir y venir, su intensidad.

No suelo advertir de mis intenciones a una víctima. Por lo general no llega a conocerme; me aproximo, veloz, y suele suceder que ni siquiera alcanza a percibir su propia muerte. La ejecución es sorpresiva. El sujeto acaso voltea y mira el arma en mi mano, pero sin llegar a alterarse. Sólo se inunda de un súbito desconcierto, una sensación instantánea que luego fenece. Un sentimiento raudo que desaparece de inmediato. Quizás usted se pregunte ¿por qué estoy haciéndolo de otra forma en esta ocasión?, ¿por qué he decidido informarle que dentro de poco...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR