Una historia de éxito

AutorAlberto Chimal

Hace como año y medio, le pedí a mi mamá que me cuidara a Pilar, mi hija chica. Estaba en mal momento. O sea, yo, como mamá. La verdad. A las otras dos ya no tenía que cuidarlas: Biby tenía 16, Amanda 15, y ya hacían sus cosas solas. Pilar, en cambio, tenía 12, iba muy mal en la escuela, y sobre todo estaba muy descontrolada. Gritos, peleas, problemas. Me estaba exigiendo demasiado y yo no se lo podía dar. Como mi mamá es maestra de secundaria, le dije: "Cuídala al menos hasta que pase a la prepa". También dije que se lo pedía a ella porque no podía pedírselo a mi papá. Cuando le digo eso ella acaba haciendo lo que le pido porque mi papá se buscó a otra por su culpa, y todos lo sabemos, y hace muchos años que no tenemos noticias de él. Si el truco no funciona a la primera, puedo agregar que lo extraño mucho, que yo era su consentida y él nunca me negó nada, pero en general no es necesario.

Total, Pilar se fue a vivir a casa de mi mamá, que se iba con ella a la escuela y de regreso, le hacía la comida, le compraba útiles y lo que le hiciera falta. Según ella, le quería dar disciplina. Que se esforzara y estudiara y tuviera estructura, o una madre así. Me daba pena cuando me contaba esto porque me acordaba de cuando yo era chica y ella, o sea mi mamá, nos quería aplicar la misma a mí o a mis hermanas. Siempre estaba chingando. Que nos íbamos a descarriar, decía, aunque nada más cuando estábamos solas, porque si mi papá la oía le paraba el alto y le decía: "Esas son mamadas".

Me acuerdo bien porque nunca usó otra frase. No tenía pedos para decirla, aunque fuera una "grosería" (levanta los dedos para sugerir las comillas), y cuando le pregunté qué quería decir hasta me lo explicó, con todo y que yo debo haber tenido como seis años y desde luego todavía no sabía en carne propia nada de esas cosas.

Pasó casi todo el año, Pilar empezó a mejorar en la escuela, y mi mamá estaba contenta, pero yo tenía mucha ansiedad. Había pensado que iba a ser hasta un ahorro, no tener que gastar en ella, pero la verdad es que en ese tiempo nunca hice cuentas de dinero. No me daban ganas. Era más el malestar que sentía por no tenerla cerca. Los fines de semana que venía a la casa, nos quedábamos en la cama hasta la hora de la comida, y yo me acordaba de cuando hacíamos lo mismo en un lunes o un miércoles: nos levantábamos con hueva, ella no iba a la escuela, yo no iba a trabajar y era como escaparnos juntas. En las tardes ella se iba a pasear por la unidad habitacional, a ligar con los chavos, a alguna fiesta en la noche, lo de costumbre... Pero ya no era igual.

Pilar se veía distinta cuando llegaba de estar con mi mamá: la sentía lejana, como que costaba trabajo hacer que se integrara otra vez a la familia. Me reía de ella porque hasta quería hacer la tarea de la escuela, como ñoña, y ella se enojaba mucho cuando yo se lo decía. Y no ayudaba nada que su papá, mi marido, igual se burlara de ella, pues él lo hacía no sólo por la tarea sino porque se estaba poniendo gorda. Mi mamá le daba más de comer que a nosotros. "Gordibuena", se...

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