Hijos de la Revolución

SU MIRADA se mantiene fija como tratando de hacer memoria, sus manos ajadas por el trabajo, se entrelazan mientras relata su historia, la historia de su vida.

Don Tomás González Gorostiza es un sobreviviente de la Revolución Mexicana. No tiene la certeza de su edad, pero calcula que está por los 96 años de vida.

Tampoco sabe sus verdaderos apellidos, pues entre el caos por el levantamiento armado, perdió a sus padres. Recuerda ser de Santiago Tianguistenco, pero las balaceras de pelones vs. la bola hicieron que su familia huyera a la Capital, cuando él tenía unos 5 años de edad.

"Andábamos (mis padres y yo) de un lado para otro, recuerdo que escuchábamos el sonido de los balazos", dijo don Tomás.

La familia caminaba por senderos rurales o boscosos, pero el hambre los hacía acercarse a zonas de cultivo para buscar alimento.

"Andábamos de aquí para allá, y como teníamos necesidad de comer algo, arrancábamos las espigas de los maizales y nos las comíamos, pues no había otra cosa", dijo.

CAOS Y MIEDO

El nonagenario cuenta que en esa época la gente estaba temerosa, muchas personas estaban armadas y no se sabía a qué bando pertenecían.

"Una noche que me traían cargando en la zona de Cola de Pato por la carretera de Toluca, nos agarraron unos campesinos armados, nos tuvieron detenidos toda la noche y nos amenazaron. Después nos dejaron ir", dijo.

Tomás recuerda poco sobre la muerte de su padre, sólo que llegaron a la zona de Chapultepec, y durmieron en unas cuevas, pero en mañana su progenitor no despertó. Nunca supo lo que provocó el deceso.

González y su madre fueron obligados por lugareños a irse y abandonar el cuerpo de su papá, por lo que siguieron rumbo al DF.

La Capital les pareció la gloria. En plena calle, un grupo de personas que con grandes peroles daban comida a la gente que lo solicitaba.

"Como no teníamos platos o trastos, nos sirvieron un pedazo de carne y caldo sobre cachos de periódico", dijo don Tomás.

Tampoco tiene clara la muerte de su madre; se quedaron a dormir en un parque por Peralvillo, sin embargo el niño se levantó y empezó a caminar sin rumbo.

Algunos 'acomedidos' lo llevaron a la gendarmería, en donde lo preguntaron su nombre. Él sólo sabía que era Tomás y uno de los gendarmes 'sugirió' apellidarlo González, para identificarlo.

Así fue como González terminó, como muchos huérfanos de la Revolución, en el hospicio de Tlalpan.

Ahí tenía techo, comida y quizá una muda de ropa, gracias a benefactores como Aquiles Elorduy...

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