'Hicimos cacería de microbios'

AutorDiana Saavedra

Cuatro hechos han marcado la vida de Enrique Galindo Fentanes, ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Investigación.

El primero fue la lectura del libro Cazadores de microbios, de Paul de Kruif. Se lo regaló su padre cuando tenía 12 años y novela parte de la vida de grandes científicos como Robert Koch y Louis Pasteur.

Lo segundo fue que su padre era gerente de una empresa productora de alcohol en Puebla y desde que tenía dos años lo llevaba a ver los tanques de fermentación de 200 mil litros. Siempre lo cautivó imaginar qué pasaría adentro.

El tercero fue una visita con su padre al Observatorio Astronómico Nacional de Tonantzintla. Le emocionó ver el domo del telescopio, la cúpula abierta y observar a un especialista observando el cielo.

Finalmente, en la década de los 70, su padre lo llevó a ver el eclipse de Sol en Miacatlán, Oaxaca, y a observar todos los cambios en la naturaleza cuando en pleno día se hace de noche.

Luego de eso se debatió entre estudiar Física, para ser astrónomo, o Ingeniería Química. Ganó la profesión que también ejercía su padre.

"Curiosamente no fui ingeniero químico por decisión de mi padre, él nunca me forzó, pero me lo sugirió de la forma más sutil posible cuando me llevaba a las fábricas o a las reuniones de ingenieros químicos en las que él participaba, seguramente con la idea: "si le gusta, se va a enamorar de esto", reflexiona el científico.

Después de estudiar la carrera en la BUAP, fue a la UAM-Iztapalapa, donde los doctores Gustavo Viniegra y Óscar Monroy lo asesoraron en su tesis.

Se incorporó al Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM para realizar su maestría en Investigación Biomédica Básica y, al terminar, le ofrecieron incorporarse al naciente Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, también de la UNAM.

En 1984 llegó a Cuernavaca, Morelos, desde entonces ha visto crecer no sólo su familia, sino a lo que hoy es el Instituto de Biotecnología al que está adscrito, además del Instituto de Ciencias Genómicas.

Hacia el año 2000, el Conacyt realizó una serie de congresos para que los investigadores presentaran los avances de su trabajo. Ahí conoció a fitopatólogos del Centro de Investigaciones en Alimentación y Desarrollo (CIAD) que trabajaban con productores de mango que se quejaban de un hongo que hace negra la cáscara de la fruta y por el cual sólo podían enviar al extranjero entre 10 y 15 por ciento de su producción.

En conjunto se dieron a la tarea de...

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