Héroe centenario

AutorHugo Lazcano

"No hay héroe mexicano más grande que El Santo", afirmó el cineasta español Alex de la Iglesia en agosto de 1996.

Visitaba, acompañado de Gente, los Estudios Churubusco, donde semanas después rodó parte de su tercer filme, Perdita Durango.

El cineasta, declarado fan de hueso colorado de El Enmascarado de Plata le rindió un homenaje en dicha película con una escena en la que el protagonista, Javier Bardem, asalta un banco y cubre su rostro con la máscara del luchador.

"Siempre me ha cautivado ese personaje", compartió De la Iglesia. De hecho, años después estuvo en tratos con El Hijo de El Santo para hacer una trilogía fílmica sobre el personaje con locaciones en Europa, Nueva York y Asia. De pronto, todo se desvaneció.

Pero el punto es que así como el famoso realizador ibérico, el heorísmo de El Santo no tiene parangón en el imaginario nacional, al grado de que intelectuales como Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis reconocieron su trascendencia en aquello que se entiende por mexicanidad.

"Se trataba de un paladín de la justicia que invitaba, a través de sus películas, a vivir plenamente la infancia sin ningún tipo de riesgo", rememoró "El Monsi".

A 104 años del natalicio de quien encarnara al personaje, Rodolfo Guzmán Huerta, hay que dejar claro que una cosa era la persona y otra el héroe de las luchas que llegó al cine para legar un género que hasta hoy, con todos sus excesos y falta de decoro, sigue cautivando a nuevas generaciones.

Víctor Manuel Guzmán (ya fallecido), hijo del ídolo, compartió en varias sesiones de entrevistas realizadas con Gente entre 1996 y 1997, la auténtica devoción de su padre por mantener a salvo su identidad.

"Para mi papá, el personaje de El Santo era algo muy complejo. Él, de verdad, se transformaba cuando se ponía la máscara, era otro. Dejaba de ser nuestro padre, es en serio, así se lo tomaba él", afirmó.

Para que sus fans no supieran quién era El Santo, Rodolfo Guzmán Huerta no tuvo mucha vida social. No iba a bodas, bautizos, XV Años o a fiestas familiares con muchas personas.

Y aunque su vida la dividió siempre entre los gimnasios, las arenas, las giras y los estudios de filmación, despojado del personaje, a Rodolfo, el hombre, le gustaba estar en su casa de Tulyehualco, ayudaba a su esposa a preparar la comida, se encerraba en su estudio a leer poesía y a escribir reflexiones.

Solía escuchar discos de Pedro Infante, Los Beatles y Javier Solís (de quien fue muy amigo) y cuando se sentaba a tomar una copa...

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