Hermann y Dorothea
Autor | Goethe |
Páginas | 203-219 |
HERMANN Y DOROTHEA
Toda la ciudad salió ese día a la carretera para ver una
caravana de proscritos. El mesonero de El León de Oro
no podía presenciar el infortunio de esa gente que abandona-
ba las fértiles praderas de allende el Rhin, devastadas por la
guerra; pero su mujer escogió algunas piezas de ropa usada,
provisiones y bebidas, y mandaron a su hijo Hermann que las
repartiese entre los proscritos. Mientras tanto, ella y su esposo
esperaban el regreso de sus vecinos —el Pastor y el boticario—
para oírles comentar tan desgraciado suceso).
HERMANN
Al penetrar en la sala el gallardo mancebo, dirigióle el pastor
una escrutadora y penetrante mirada, observando su porte y su
semblante, como quien lee fácilmente en una fisonomía.
—Volvéis muy cambiado —díjole luego amistosamente y
sonriéndole—. Nunca os vi la cara tan alegre, ni tan viva la
mirada. Volvéis contento y sereno; se conoce que habéis distri-
buido vuestros dones a los pobres y recibido sus bendiciones.
(
HER MAN N Y DO ROT HEA
203
—Ignoro si he hecho una acción digna de alabanza, con-
testó el joven con calma y seriedad; pero mi corazón me ha
obligado a hacerla tal como voy a contaros. Mucho habéis
buscado, madre, para encontrar y escoger la ropa usada; tarde
estuvo listo el paquete, y el vino y la cerveza fueron también,
lenta y cuidadosamente embalados. Cuando, por fin, salí de la
ciudad y gané la carretera, encontré la muchedumbre de
conciudadanos, mujeres y niños, que volvían, pues el cortejo
de los desterrados estaba ya lejos. Aceleré el paso a mis caballos
y corrí al pueblo, donde oí decir que debían hacer alto y pasar
la noche. Como en todo el trayecto, continué caminando por la
carretera, cuando descubrí, a mi frente, un carro de sólida cons-
trucción, arrastrado por los dos más hermosos y fuertes bueyes
que he visto de procedencia extranjera. Al lado del carro mar-
chaba con paso firme una joven dirigiendo con una larga varita
el poderoso tiro, acelerándolo, parándolo, conduciéndolo en
fin con rara habilidad. Luego que me vio, acercóse tranquila-
mente a mis caballos y me dijo:
—No siempre hemos vivido en la miseria en que nos veis
hoy por este camino, ni estoy acostumbrada todavía a implorar
la limosna al extraño, que muchas veces la da de mala gana
y para desembarazarse del pobre; pero la necesidad es la que
me obliga a hablar. Aquí, echada en la paja, la esposa del rico
hacendado acaba de dar a luz; la he salvado con grandes cui-
dados. Llegamos más tarde que los otros y temo que no podrá
sobrevivir a su infortunio. El recién nacido está desnudo en
sus brazos, y los nuestros poco podrían hacer para socorrernos
aunque los encontrásemos en el pueblo cercano, donde hoy
ALE MAN IA
204
Para continuar leyendo
Solicita tu prueba