Hereda Margules 50 años de teatro

AutorFernando de Ita

Aunque Héctor Mendoza, Juan José Gurrola, Alejandro Luna, Hugo Gutiérrez Vega y Luis de Tavira siguen vivos y vigentes para el teatro, la muerte de Ludwik Margules (Varsovia, 1933- DF, 2006) cierra el círculo que se abrió a finales de los años 50 del siglo pasado en los espacios teatrales de la UNAM. Aquella pasión desmedida por el teatro, aquella certeza de que el teatro es mejor que la vida, ha llegado a su fin.

La muerte de Ludwik termina también con la lección que los maestros del teatro mexicano del siglo 20 impartieron como parte de su misión civilizadora. A Ludwik le tocó la última etapa de la evangelización artística que inició Vasconcelos en los años 20. Si en el teatro existiera el equivalente que hay en la literatura, la música y las artes plásticas de "la obra completa", al puñado de composiciones geniales que logró en el espacio real y ficticio de la escena, habría que añadir su labor pedagógica, más cercana al flagelo del discípulo en el Renacimiento que a la enseñanza impersonal del maestro contemporáneo.

El calvario en la vida temprana de Margules se resume en una frase: niño pobre judío en la Polonia amenazada por el nazismo.

Ese joven llegó a México el 1 de junio de 1957, a los 23 años de edad -nació el 15 de diciembre-, en la era jarocha de Adolfo Ruiz Cortines, cuando todo aquí parecía felicidad, salvo para la mayoría de la población que al igual que el propio Margules cumplía con los trabajos más insólitos para sobrevivir. Los detractores nacionalistas de Margules nunca consideraron lo difícil que puede ser para un director mexicano triunfar en el extranjero sin hacerle caravanas al enemigo. Margules padeció su extranjería en tierra azteca y jamás ocultó su aberración por nuestra indolencia. Me consta que terminó amando al país que lo hería, queriéndolo a la manera del poema Alta traición, de José Emilio Pacheco: por ciertos paisajes, algunos ríos, ciertas personas, algunos amores.

La muerte de Ludwik cierra también la migración de notables personalidades del teatro internacional a nuestros escenarios. Aunque Ludwik no llegó a México, como Seki Sano en los años 30, perseguido por comunista, ni se inventó una nacionalidad extranjera como Fernando Wagner, ni llegó con el abolengo francés de André Moreau, es el último ascendente foráneo de nuestro teatro, como creador de montajes memorables y como maestro de varias generaciones.

Antes de conocer a Margules, fui espectador de su teatro. Vi en 1978 El tío Vania, de Chéjov, y...

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