Héctor Zagal / Claroscuros de Rivera

AutorHéctor Zagal

En 1922, el Sindicato de Pintores y Escultores publicó un Manifiesto dirigido a los soldados, obreros, campesinos e intelectuales que no estuvieran al servicio de la burguesía. El escrito invitaba a configurar un arte nacionalista, capaz de sugerir e impulsar la transformación del orden social. La "lucha revolucionaria" reclamaba un arte para el pueblo y no para las élites. De ahí, por ejemplo, la preferencia por un arte monumental sobre el cuadro de caballete, más propio para decorar casas burguesas.

La Escuela Muralística Mexicana, naturalmente, fue concreción de este movimiento. José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros se comprometieron, cada quien a su manera, con el manifiesto. Y aunque los postulados fueron interpretados de distintos modos, el panfleto marcó un nuevo derrotero para el arte mexicano.

Rivera ocupó un lugar muy especial en esta trilogía de nuestra plástica. Diego intentó, en verdad, crear un estilo mexicano, tal y como predicaba el manifiesto sindical. Sus convicciones ideológicas empaparon su obra artística. Hizo de la pintura una excusa para sus reclamos subversivos. Los muros del Palacio de Bellas Artes, del Palacio Nacional o del edificio de la Secretaría de Educación fueron el foro para sus denuncias pictóricas. Nunca se avergonzó de ello. Incluso escribió: "Todo arte es propaganda. (...) Propaganda para ir al templo a someterse a los sacerdotes, temer a los dioses y pagar tributo a los jefes y a los reyes (...) el arte civil ayuda a que los idiotas productores del campo y de la ciudad (...) buenos ciudadanos, paguen al césar lo que es del césar. Todo arte es propaganda, hasta los buenos paisajes, naturalezas muertas y 'vistas' de los canales de Venecia a la luz de la luna".

Diego el revolucionario

Diego concibió sus murales como un antídoto social. Un catalizador para acelerar la caída del sistema opresor y alienante. Sus trazos fueron las palabras de una retórica inspirada en un maniqueísmo cultural: en que lo español y lo cristiano hacen las veces de dios del mal, frente a lo indígena y lo revolucionario que jugaban el papel de principio del bien. Pensemos en el tema de la Revolución. El muralismo, de la mano de Diego, amasó el discurso grandilocuente de la gesta revolucionaria. Redimió al movimiento. Y, en buena medida, creó una imagen utópica de las luchas y sus caudillos. Pues contrario a la historia, el arte muralista nos habla de un movimiento heroico, justo, con ideales y, sobre todo...

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