Gustavo Esteva / Tercera llamada, tercera

AutorGustavo Esteva

Estaban muriendo como moscas. Morían de lo de siempre, hambre y enfermedades curables, pero también asesinados por la primitiva estructura local de poder. Intentaron todo: organización económica y política, movilizaciones, aquella increíble marcha caminando desde Chiapas, en la que participó, por cierto, quien hoy se conoce como comandante Tacho.

Nadie escuchó, ni la sociedad ni el gobierno. Como último recurso, al descubrir que nada les quedaba sino la dignidad, iniciaron su levantamiento. Como ellos mismos indicaron, no abrigaban la esperanza de conseguir un triunfo militar. Podían ser exterminados. Pero pensaban que la sociedad despertaría al fin y sus hijos o sus nietos podrían vivir otra vida.

La sociedad despertó antes de lo previsto. Salimos a la calle, por miles. Les hicimos saber que no estaban solos, pero también que no queríamos más violencia. Exigimos un cese el fuego y lo conseguimos en unos días. Los zapatistas lo han respetado rigurosamente desde entonces. Fortalecidos por la sociedad civil, se convirtieron en los campeones de la no violencia.

Se desataron los diálogos. Se puso a prueba una forma política de concertación y transformación. Se celebraron los Acuerdos de San Andrés, que más allá de su forma circunstancial representaban sustantivamente un pacto entre los pueblos indios y el Estado. El gobierno no honró su palabra ni su firma.

Nuevas iniciativas de los zapatistas condujeron a una movilización popular sin precedente en la historia del país para impulsar la reforma constitucional pactada. Nunca antes tantas organizaciones y tantos millones de personas habían respaldado una propuesta de modificación de nuestras normas de convivencia. No hubo una sola organización que se opusiera a ella, en el país entero. Y sin embargo, quienes se dicen representantes populares desoyeron el clamor general y elaboraron una contrarreforma ridícula. Tanto el Poder Ejecutivo como el Judicial se lavaron las manos del asunto.

No supimos cómo reaccionar ante esta traición de los poderes constituidos. Los zapatistas se dedicaron a hacer lo que siempre dijeron: reorganizar la sociedad desde la base. En la zona bajo su control, rodeados aún por 50 mil soldados y continuamente hostigados por los paramilitares y las estructuras locales de poder, labraron empeñosamente su autonomía, dándole forma política eficaz en las comunidades, los municipios y las Juntas de Buen Gobierno a un estilo de vida propio capaz de enfrentar poco a poco sus inmensas...

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