'Me gustan los rincones'

AutorSilvia Isabel Gámez

No tiene credencial de elector porque descree de los partidos políticos, disfruta por igual la música de Chopin que la de Bob Dylan, y está seguro de que nunca olvidará las escenas de Casablanca ni las páginas de Así habló Zaratustra, pero José Luis Rivas aún no se convence, dice, de ser poeta.

"Tampoco ahora", afirma el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009, "pero esa ha sido la gran pretensión de mi vida: hacer poesía".

Tenía 10 años cuando lo deslumbró el "lenguaje rotundo" de Libertad bajo palabra, de Octavio Paz. Vivía en su natal Tuxpan, a unos metros del río que se convirtió en la presencia más poderosa de su niñez. Luego, en su adolescencia, comenzó a "atiborrar" libretas enteras con poemas y cuentos. Experimentaba ya la fiebre de la escritura.

"Hubo lapsos en que no lo hice, pero porque no me dio la gana, esa especie de entusiasmo, de ebriedad, que te mueve a escribir".

La página en blanco es un fantasma que no lo persigue. "Lo que me lleva a la escritura puede ser el retazo de un sueño, la visión de un paisaje, el movimiento felino de una mujer, una cancioncilla oída al doblar la esquina, cosas que se me imponen sin saber por qué".

Una especie de fogonazo que a veces se agota, pero la mayoría de las veces se propaga. Y empieza a navegar por la escritura, por el mar, la infancia y la naturaleza, temas fundamentales en su obra que aspiran, como en el caso de la poesía de su admirado Saint John Perse, "a afirmar una y otra vez la vida".

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A los 20 años, ya en la Ciudad de México, donde estudió Filosofía y dos años de Letras Hispánicas en la UNAM, a Rivas le propusieron publicar su primer poemario, pero no llegó a la cita con el editor. "Aquellos poemas no me satisfacían, eran como ejercicios de aprendizaje en los que buscaba imitar el estilo de muchos escritores, compenetrarme con su léxico. Fue mucho después, a los 32 años, cuando apareció Tierra nativa".

Con este poemario se hizo merecedor, en 1982, del Premio Carlos Pellicer del INBA. Después vendrían el Aguascalientes en 1986 con La transparencia del deseo, y el Villaurrutia en 1990 con Brazos de mar.

Radicado desde hace dos décadas en Veracruz, en un recorrido que lo llevó del puerto a Banderilla y después a Xalapa, Rivas busca escapar de un mundo que considera organizado para aplastar la sensibilidad. De ahí su empeño en vivir rodeado por la naturaleza y su particular ejercicio de la libertad, no sólo en su poesía, sino en la traducción de autores que le resultan...

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