Gusta baile que silba y zapatea

AutorYanireth Israde

El México del estruendo festivo, de las enaguas en vuelo delirante, el que silba, zapatea y zarandea el sombrero, el del tequila y la pólvora, incendió la noche del sábado el Palacio de Bellas Artes.

Desde que comenzó su presentación en la sala del recinto, el Ballet Folklórico de la Universidad de Colima demostró que lo suyo trasciende la danza regional para conjugar el teatro, la plástica, el canto y la música.

Fue una mezcla combustible desde el arranque mismo, cuando los timbales, las trompetas y los violines de la música de Revueltas y Sandi -con interpretación en vivo- anticiparon la aparición de los bailarines en Friso Maya, segmento que transcurre entre los muros de Bonampak.

Ataviados con la joyería propia de la nobleza -collares, brazaletes, cinturones, ajorcas en los tobillos- los protagonistas parecen surgir de los murales prehispánicos que reproduce un proyector en el escenario.

Ejecutan una danza ritual que los acerca más a la colorida luminosidad de los códices que a las ruinas arqueológicas desprovistas de pigmento.

En el diseño de la escenografía -discreta pero contundente- y el manejo de luces que definen ambientes, resuena la formación escultórica de Rafael Zamarripa Castañeda, coreógrafo y director del Ballet Folklórico de la Universidad de Colima, agrupación que el sábado ofreció la gala de su trigésimo aniversario .

Tras el frenesí de la danza ritual se propaga la dulzura de los cantos zapoteca, tarahumara y purépecha que acompañan el cortejo amoroso de las parejas.

El ardor romántico lo promueve después la marimba de Chiapas -en vivo-, preliminar idóneo para el jolgorio de los Jaraberos de Nochistlán, cuya tambora y mariachi encienden pronto la mecha de los pies: una pirotecnia de guaraches.

Hasta ese momento...

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