Guardianes del arte

AutorDaniel de la Fuente

En aquella soledad plena de sombras que es un museo de noche, Fernando contemplaba el cuadro "Sácate una muela", pieza con la que Julio Galán obtuvo en 1995 el primer Premio Marco.

Le llamaba la atención que en la parte superior de la obra se leyera la frase "Para que tu dolor te duela", y al centro se viera un personaje con un esqueleto sobrepuesto, con flores en la mano derecha y pétalos en el suelo.

Fernando contemplaba la imagen, recuerda, pese a que eran las tres de la mañana exactas.

"Los cuadros de Julio me despiertan soledad y, a la vez, simpatía, porque en cuanto crees conocer al artista a través de sus cuadros, sabes que conoce lo que tú sientes", dice este hombre de voz baja y hablar pausado.

"He mirado esas obras de madrugada, y es cuando piensas en tu vida, tus proyectos".

Este hombre es uno de los tantos guardias que, de noche o de día, en silencio y atentos, custodian las salas de los diversos museos que albergan el arte y la cultura en la ciudad, pero no sólo eso: han vuelto al museo su segunda casa y al arte el lenguaje de todos los días.

Los guardias son los rostros silenciosos de un museo. Cada uno guarda una historia y se ha involucrado de manera distinta en el mundo del arte. Sólo algunos están presentes en exposiciones, conocen a personalidades, asisten a cursos, conferencias y al cineclub, por placer.

De allí que algunos de estos hombres, que a simple vista parecen rudos, sean sensibles, lo que contrasta con la imagen que se tiene de ellos y su latigueante: "¿Se puede hacer para atrás, por favor?" cuando piden distancia con las piezas.

"Un guardia tiene como misión fundamental cuidar las piezas. Sin embargo, con los años, se aprende a identificar a las personas desde que llegan al lobby", explica Fernando Gutiérrez Ornelas, de 39 años, quien está en Marco desde 1995, aunque ha salido un par de periodos para trabajar en Estados Unidos.

"Son como conductas que uno identifica: sabes quién llega por primera vez al museo, quién sabe de arte o a quién vas a tener que estar vigilando porque anda inquieto y puede tocar las piezas", señala el guardia de ojos rasgados, robusto y de imponente complexión.

Así, explica Fernando, quien mucho antes de entrar a Marco dejó atrás su imagen "trasher, anarqueta, punketa y hardcorera", como él dice, sabe que el adolescente al que ya se le llamó la atención una vez por tocar un cuadro lo va a intentar de nuevo.

"También tienes que estar atento con los adultos. Alguna vez un señor se molestó porque se le llamó la atención cuando se acercó demasiado a un cuadro. '¿Cuánto puede costar este cuadro? ¿Un millón de dólares? ¡Te los pago!'. Y se fue. Son actitudes".

Rocío Castelo, crítica de arte e instructora de cursos que se han impartido durante la existencia de Marco, explica que siempre ha tenido buenas experiencias con los guardias.

"Ayudan en todo, son amables. Alguna vez en una visita que yo guiaba, una señora se mostró prepotente al cruzar la raya marcada para contemplar las obras. El guardia le pidió que se alejara y ella le gritó que cómo era posible, que si no sabía quién era ella.

"Y el guardia le dijo: 'no sé quién es usted, pero sé cuál es mi función aquí', y eso me dejó buen sabor de boca, porque ante la insolencia él se mostró educado y cortés".

Las claves para enfrentar este tipo de situaciones...

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