Guadalupe Loaeza/ ¡Ay, Santo Padre!

AutorGuadalupe Loaeza

Si pudiera tener el privilegio de obtener una audiencia privada con el Santo Padre, es obvio que aprovecharía hasta el último momento para decirle muchas cosas. Lo más seguro es que me pondría sumamente nerviosa y que a pesar de ello, procuraría sobreponerme para poder abarcar el mayor número de temas. En realidad todos ellos tienen que ver con uno solo: México. Me pregunto hasta qué punto lo pusieron al corriente de la situación que realmente vive el País. También me pregunto si después de recorrer, en el estado de salud tan maltrecho en que se encuentra Su Santidad, 23 mil kilómetros entre Canadá, Guatemala y México, todavía estará en condiciones para advertir todo lo que se le espera en México. No hay duda que muchos sectores de la sociedad mexicana, incluyendo la Iglesia, tratarán de sacarle, al máximo, provecho de su visita. Todo el mundo querrá beneficiarse de ella: los Fox, los panistas, los perredistas en la Ciudad de México, los empresarios y naturalmente, ¡las televisoras! El Papa será el gran espectáculo. Temo tanto sus diabólicas estrategias comerciales, que no me sorprendería que Televisa le propusiera a Renato Buzzonetti, el médico de cabecera de Su Santidad, una visita a la casa de "Big Brother", para bendecir a Facundo y Galilea, los seguros finalistas del "reality show". No me sorprendería que marcas como Sabritas y Coca Cola ahora lancen un nuevo producto, pero con la imagen del santo Juan Diego. No me sorprendería que los conductores de noticias empiecen a decir cursilerías, lugares comunes, obviedades y exageraciones como que el Papa es el representante de Dios en la tierra; que a él también habría que canonizar y que habría que mandarle a construir una catedral en su nombre, al ladito de la Basílica. No me sorprendería que la fundación Vamos México le pida un donativo para los niños de la calle. No me sorprendería que apareciera la Virgen de Guadalupe con Juan Diego en el machete de uno de los campesinos de San Salvador Atenco. No me sorprendería escuchar entre las preguntas de las encuestas de López-Dóriga: "Desde que llegó el Papa, ¿ha sido usted testigo de algún milagro?" No me sorprendería ver en la pantalla de televisión el rostro de Abascal compungido y cubierto de lágrimas durante el acto de canonización. Y no me sorprendería que los boletos para asistir a la Basílica se empezaran a vender, en el mercado negro, a precios exorbitantes.

Para no deprimirme aún más, dejemos a un lado todo aquello que no me...

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