Guadalupe Loaeza/ El misterio del Bolero

AutorGuadalupe Loaeza

Para Sofía por sus 54 años. Pobre, tan madura y tan jovencita a la vez.

Hace algunas semanas, mientras me decidía por qué revista extranjera comprar en el Sanborn's de Palmas, de pronto mi mirada se detuvo en un par de ojos que venía desde la portada de Le Point (14 de julio, 2000). "¿Quién es ese señor que me mira tan fijamente?" Me acerqué a la publicación, la tomé, nos miramos y me sentí un poquito intimidada.

¿Por qué me miraba de esa forma tan enigmática? ¿Qué me quería decir? ¿Por qué se veía como si se estuviera preguntando algo? Busqué mis anteojos.

Me los puse y leí las grandes letras, en color amarillo, de la portada que decía: "El Misterio Ravel. ¿A dónde van los cientos de millones del Bolero?" No hay duda de que la pregunta me intrigó. Tal vez el primer concierto sinfónico que escuché en mi vida fue el Bolero de Ravel, la obra musical favorita de mi padre y de mi hijo Diego. Tenía que averiguar qué misterio había detrás del Bolero. Compré el ejemplar.

Y llegando a mi casa leí: "¿Quién cobra los derecho de t oda l a obra de Ravel? No obstante, el compositor murió hace 63 años, su obra aún no ha llegado a ser del dominio público. La explotación de las obras representa más de 2 millones de dólares por año.

Pero ¿quién es tan feliz de recibir esta fortuna? He allí un bellísimo cuento de hadas. Pero, por otro lado, esta historia podría resultar también una historia demasiado confusa. ¿Por qué? El editor de la obra y los herederos del compositor no son, para nada, personas que uno pueda imaginar. Es importante hacer notar que tanto los derechos de la obra de Maurice Ravel como su música le dan la vuelta al mundo a través de canales sumamente sinuosos. El dinero va de mano en mano. Pero ¿a dónde? Bien podría venir desde Mónaco, Gibraltar hasta las Islas Vírgenes británicas para regresar a Amsterdam y seguir sus huellas hasta las Antillas holandeses.

En todo caso, uno se pierde en este laberinto. Pero gracias a una encuesta muy laboriosa por parte de la revista Le Point, se pudo seguir, finalmente, el circuito".

Este cuento, aparentemente de hadas, empieza con la muerte de un hombre sin descendencia.

"Ravelito", como lo llamaba cariñosamente la escritora francesa Colette, una de sus mejores amigas. Seguramente se dirigía a él en diminutivo, porque el compositor, de enorme talla universal, tenía una estatura física de 1. 55 metros. "Ravelito" no tenía hijos. A su muerte en 1937, Eduardo, su hermano, queda como su único heredero. Pero este...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR