Guadalupe Loaeza / La voz

AutorGuadalupe Loaeza

"He estado reflexionando y creo que lo peor es guardar silencio. Lo importante es manifestarse y decir lo que una piensa. Lo fundamental es ser honesta y llana. Se los juro que mi marido es a todo dar. El es muy trabajador y está muy comprometido con lo que hace. Lo que pasa es que últimamente como que se hace bolas. Es que ha tenido muchas presiones, está pasando por un momento intenso. Pero en el fondo tiene muchas cualidades. Es simpático, dicharachero, francote, generoso, adora a los niños y es un hombre muy bien intencionado. El no es malo, al contrario, es buenísima persona. Ah, también es inteligente, lo que sucede es que tiene otro tipo de inteligencia, poco convencional, la suya es emocional. Es decir que, más que con la cabeza, a él le gusta pensar con el corazón. Y eso que soy objetiva, ¿eh? Porque si fuera subjetiva diría que es el hombre más inteligente sobre la tierra. Entiéndanme, por favor, lo que intento decirles es que mi marido es un hombre valioso. Valioso por sí mismo, no por el cargo que tiene. Dios y sus amigos se lo pusieron en su camino, pero antes de que fuera una persona muy importante, valía enormidades. El odia las confrontaciones, odia que lo malinterpreten y odia que no valoren todo lo que hace. Si hacemos un balance de todo lo que ha hecho en su vida, nos daremos cuenta que pesa más lo positivo que lo negativo. ¡Reflexionemos! Que ha cometido errores, sí los ha cometido. Pero han sido de buena fe y como han sido de buena fe, por eso él no los considera errores. Que a veces es demasiado espontáneo. Es cierto. Pero es que así es su carácter. El es muy sencillo, es como un libro abierto. Bueno, como un cómic abierto. Que a veces le cuesta trabajo reconocer sus errores. Es verdad. Pero créanme que cuando lo hago reflexionar, dice: Ah, caray, pues sí la regué, ¿verdad? Miren, si estoy abogando por él, es porque yo lo conozco mejor que nadie. Yo vivo con él, hablamos mucho los dos, pero sobre todo reflexionamos juntos. Precisamente, no hace mucho le dije: No te preocupes, mi amor, déjame hablar con ellos. Déjame explicarles todo lo que haces y lo dispuesto que estás de seguir haciendo cosas. Permíteme decirles que estás de lo más abierto para que puedas mejorar. Primero se opuso. No, ya no te metas. Va a ser peor, me decía. Pobrecito. Me daba una ternura. Pero yo le insistí: Ay, amor, si intervengo es exclusivamente por tu bien. Como yo no soy tan importante como tú, me escuchan sin prejuicios. Además, ellos saben...

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