Guadalupe Loaeza / Las Vegas y el diablo

AutorGuadalupe Loaeza

Ya sé dónde vive el diablo. Vive en una ciudad de mentiritas en donde hay una Tour Eiffel, una estatua de La Libertad y una Esfinge de puro concreto pintado. Es una ciudad construida, hace muy poco tiempo, y que nada más tiene vida por las noches gracias a todos los letreros de luz de neón. De hecho, allá se vive como si todo el día fuera de noche. Por eso no hay relojes y los jueves parecen domingos y los sábados bien podrían pasar por miércoles.

Enrique y yo llegamos a Las Vegas el viernes a las dos de la tarde, nos instalamos en el hotel Four Seasons, comimos rico al lado de la piscina, hablamos de lo rápido que se habían volado los tres años de nuestro matrimonio y de lo cursi que era celebrarlo, precisamente en esa ciudad tan extraña. Luego tomamos el elevador del hotel, y a partir del momento en que marcamos un botón con la letra "C" después ya nunca más supimos de nosotros.

De lo único que me acuerdo es que no acababa de pasar las puertas del Casino cuando de pronto me sentí en otro mundo. En un mundo que estaba más allá del bien y del mal y en donde no importaba la identidad de nadie. Era tan kitch que resultaba hasta ingenuo. A pesar de que afuera había un sol brillantísimo, allí nada más brillaban miles de luces neón que se confundían con las de los candiles que colgaban por todas partes del techo pintado con nubes sobre un azul turquesa. El lugar era enorme, ¡gigantesco! Parecía una caverna de un grabado dantesco de Gustave Doré. No obstante el ambiente era totalmente festivo, toda la gente estaba vestida peor que informalmente en shorts, en bermudas, con tennis y sandalias de plástico. Había muchos gordos, muchas señoras obesas, muchos calvos, muchos viejitos solos, muchos jóvenes, muchas parejas también con cara de que estaban celebrando algo y muchas meseras vestidas como las típicas "conejitas", que iban y venían con sus charolas llenas de cervezas Corona. La mayor parte eran turistas nacionales, es decir, gringos como los que aparecen en los talk shows, puro white trash. Pocos negros y muchos mexicanos como nosotros. Al principio me decepcioné pues me imaginaba un Casino como los de Mónaco o como los que salían en las películas gringas de los cincuenta en donde las mujeres iban vestidas de largo llenas de joyas y los hombres de smoking, fumando con boquilla. En aquella época hasta los dueños de los casinos, los proverbiales gángsters, eran elegantes como el fundador de Las Vegas, Bugsy Segal. Sin embargo, me adapté en un dos...

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