Guadalupe Loaeza / Tres trancazos

AutorGuadalupe Loaeza

Fue exactamente a las 10:25 a.m. del jueves pasado cuando de pronto se me atravesó un cable. Venía de la plancha. A pesar de que era negro, no lo vi y menos lo advirtieron los tacones altos de mis zapatos: "¡¡¡páaaaacatelas!!!". Cuán larga, caí al suelo. Más que caer, ¡¡¡azoté!!! En ese preciso instante, sentí que mi codo izquierdo se estrellaba contra el piso de granito de la cocina, y tuve la impresión de que había sido fulminado por la explosión de una granada. Frente a mí, y debido al trancazo y al intenso dolor del brazo, vi estrellitas, cuadritos y muchos puntitos de todos colores. "¿Me caí de verdad o estoy soñando que azoté?". "¿Seguiré viva o me habré caído a un túnel que va derechito al infierno?". "¿Soy yo la que está tirada en el suelo o es una señora sumamente acelerada que todavía no entiende que azotó?". No obstante los esfuerzos de la empleada de mi casa, no había forma de incorporarme. "Me duele, me duele, me duele, me due...", exclamaba entre sollozos como una verdadera María Magdalena. Con muchas dificultades, llegamos, paso a pasito, hasta el sofá de la sala. Como pude me senté. El dolor era insoportable. Mis lágrimas no dejaban de rodar. "No se preocupe. Todo va a salir muy bien", me decía Irene con toda su compasión. En seguida miré, con ojos de venada triste, hacia mi brazo izquierdo y vi cómo mi codo había desaparecido de su lugar, para aparecer muy acomodadito en el antebrazo. "Tengo que hablarle a un médico muy profesional y empático que no me cobre un centavo". No acababa de formular mi propósito, cuando, con mi manita derecha, decidí marcarle desde mi celular al Dr. Goldbard. "¡Me caí y mi brazo izquierdo no responde!". Diez minutos después estábamos, más unidos que nunca por el dolor que nos embargaba a los dos, en Emergencias del Hospital Ángeles Clínica Londres. Los internos de la clínica me recibieron con una atención impecable. Con todo cuidado y delicadeza me colocaron sobre una camilla. "Me duele, me duele, me due...", grité antes de caer, en un dos por tres, en un profundo, profundísimo sueño. Allí, en el país de la nada, soñé que volaba con mis dos brazos bien extendidos; soñé que vivía en la ciudad más segura del mundo, sin tráfico, sin baches y con permiso de conducir siete días a la semana; soñé que era la...

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