Guadalupe Loaeza / Mi héroe, ¿pedófilo?

AutorGuadalupe Loaeza

¿Qué haré con los cuadros, colocados en lugares estratégicos de mi estudio, cuyas fotografías lo muestran en diferentes etapas de su vida? ¿Qué haré con la casi totalidad de sus películas en DVD (y VHS), las cuales atesoro desde de la década de los sesenta? ¿Y qué haré con las últimas revelaciones por parte de su hija adoptiva, Dylan Farrow, respecto al abuso sexual que padeció a los 7 años, de su padre adoptivo?

Ignoro por qué razón, solía dividir mi biografía personal en dos etapas: antes de Woody Allen y después de Woody Allen. Es decir, que antes del que solía ser mi cineasta preferido, veía la vida distinta: sin humor, sin autocrítica, trascendiendo hasta sus últimas consecuencias mis depresiones.

Una vez que lo descubrí en sus primeras películas, sin hipérbole podría asegurar que mi vida cambió totalmente: me volví más divertida, más ligera, procurando siempre relativizar mi subjetividad y todo aquello que me parecía grave.

De allí que en las últimas cuatro décadas de mi existencia, jamás me haya perdido ni una sola de sus películas, entrevistas, reportajes, entrega de premios (116 en total), etcétera. Etcétera. Las primeras películas serias a las que llevé a mis hijos fueron las de Woody Allen. Ya grandes e independientes, me llamaban por teléfono para comentarme que les había encantado "Alice", o "La Rosa Púrpura de El Cairo". Ellos también se volvieron sus fans.

Cada vez que me sentía un poco deprimida o triste, lo primero que hacía era ver una película de Woody Allen (más de ocho veces he visto "Hannah y sus hermanas"; "Manhattan"; "Robó, corrió y lo pescaron" y "Delitos y faltas").

En 1992, a raíz del escándalo entre Woody Allen y Mia Farrow, por el descubrimiento de unas fotografías de una de las hijas adoptivas de la pareja, donde aparece Soon-Yi desnuda, escribí varios textos en su defensa.

Cuando Allen, de 56 años, se casó finalmente con su hija adoptiva de 19, nunca lo juzgué y hasta me acostumbré a verlos, en varias publicaciones, retratados juntos. Era tal mi admiración y lealtad, que cada vez que lo veía fotografiado un poco envejecido me preocupaba por su salud y lamentaba el paso del tiempo en su persona. En otras palabras, Woody Allen se convirtió en mi gurú personal y en casi casi una religión.

Ayer lunes, todos esos sentimientos se esfumaron como por arte de magia. El domingo apareció una carta abierta en el diario...

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