Guadalupe Loaeza / ¡Menuda abuela!

AutorGuadalupe Loaeza

Nunca imaginé que un día el rey Juan Carlos de España me iba a sugerir que entre todos los bocadillos que ofrecían a los invitados de la entrega del Cervantes en el patio de la Universidad de Alcalá de Henares, me dijera que mejor me inclinara por "la tapa con el jamón ibérico, acompañada con una copa de vino rojo Toro". Claro, eso fue lo que elegí, agradeciéndole su consejo real, al mismo tiempo que ambos brindábamos por la galardonada, Elena Poniatowska.

Nunca imaginé asimismo que la reina Sofía me preguntara de la manera más sencilla y educada que de dónde era mi blusa y mi collar con monedas doradas antiguas de 20 centavos, uno y cinco pesos cuya pechera está cubierta de perlas miniatura. "Es de Juchitán y el collar es como los que usan las novias juchitecas". Volvió a mirar el conjunto y agregó: "pero es que es ¡precioso!". Por un momento dudé regalárselo, tal como hiciera con un rebozo maravilloso que le obsequié a doña Letizia. Pero no lo hice, en primer lugar porque el collar no es mío, sino de mi amiga Vero, y en segundo, porque hubiera repetido lo que hicieron nuestros antepasados con la llegada de los españoles. Era regresar más de 500 años y contradecir lo que acababa de recordarnos Elena en su maravilloso discurso: "Antes de que los Estados Unidos pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos que los hombres". (Si algo tenía el discurso de Poniatowska era precisamente la reivindicación de las mujeres: "Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1975. Los hombres son treinta y cinco").

Confieso que la cercanía y la amabilidad de los reyes hacia los asistentes me sorprendió, me gustó. No había "guaruras" cuidándolos, no había una barrera que impidiera acercarnos a ellos, y no había un protocolo estricto. Se quedaron mucho tiempo conviviendo. Vi al rey comer una barbaridad de bocadillos, mientras que la reina le ponía más interés a platicar con los nietos de Elena. Vi cómo platicaban con el rey Diego Valadés, Bernardo Sepúlveda, Javier Quijano y Juan Ramón de la Fuente, largo rato y de lo más a gusto. Y cómo sus majestades se desvivían por que Elena estuviera...

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