Guadalupe Loaeza / Leticia

AutorGuadalupe Loaeza

De todo el gabinete de Vicente Fox que se presentó por primera vez ante los medios el 1o. de diciembre del 2000, recuerdo que la que más me llamó la atención fue Leticia Navarro. Me gustó que fuera una mujer la que ocupara la Secretaría de Turismo. Pero todavía me gustó más la actitud de la flamante secretaria. Además de guapa, la encontré con personalidad y con firmeza. Soy una mujer que como tantas en este país ha tenido que medirse por los acontecimientos que se le han planteado en su vida... Tengo una profunda convicción de que los más grandes retos terminan por convertirse en las más grandes realidades, leía en un tono muy convincente. El hecho de que hubiera salido de la iniciativa privada, sector en el que había ocupado un puesto muy importante en la empresa de cosméticos Jafra, me intrigó. ¿Qué tenía que hacer su mejor vendedora continental frente a una Secretaría tan importante? Si los cazadores de talentos la localizaron y además Fox la nombró, por algo será, pensé todavía más intrigada.

Desde que el gobierno de transición empezó a trabajar, no había día en que no se hablara de la actuación de cada uno de los secretarios en todos los medios. Sin embargo, la de Turismo brillaba por su ausencia. Y cuando digo brillaba es que efectivamente su bajo perfil contribuía a que la secretaria brillara aún más entre funcionarios ávidos de notoriedad y protagonismo. O no es nada grilla, o bien, su discreción se trata de una estrategia política, pensaba. Cuando, muy de vez en cuando, daba entrevistas o hacía declaraciones de banqueta, siempre era para decir de una forma muy concisa y clara que se estaba trabajando con buenos resultados.

Tuvieron que pasar casi dos años hasta que por fin conocí personalmente a Leticia Navarro. Dos semanas antes de nuestro encuentro, nos habíamos puesto de acuerdo en La Planta de Luz, convocadas por Germán Dehesa para asistir a una subasta de poemas y canciones con el fin de recaudar fondos para los damnificados de las inundaciones del sureste. Esa noche la encontré tan sencilla, alegre y cálida que con toda la llaneza del mundo la invité a comer, junto con su directora general de Comunicación Social, Enriqueta Cabrera. Fue una comida espléndida. ¡Qué señora tan agradable! ¡Cuánto sentido del humor! ¡Cuánta alegría por vivir, pero sobre todo, por trabajar en un gobierno en el que creía firmemente! En esa ocasión me platicó de todos sus proyectos y de la relación tan intensa y permanente que tenía con varios...

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