Guadalupe Loaeza / Historias de Nueva York

AutorGuadalupe Loaeza

Nada me hubiera gustado más que haberme encontrado a Woody Allen en Manhattan o en Central Park. Hubiera dado cualquier cosa por haberlo ido a escuchar tocar su clarinete, en el Café Carlyle, junto con su banda de jazz, The Eddy Davis de Nueva Orleans.

Lo que sucedió fue que él nada más toca los lunes y yo llegué a Nueva York el martes al mediodía. Además, en esta ocasión no llevaba tanto dinero y para escuchar a mi director de cine preferido hay que pagar muy caro. De ser millonaria, es obvio que me hubiera hospedado en el Hotel Carlyle (el mismo donde está el café) y hasta lo hubiera invitado a mi suite a tomar una Margarita, para hablar de su "amor irracional" por la big apple.

Si algo me consuela es el hecho de haber oído excelentes exposiciones de escritores mexicanos invitados a la BookExpo America, como fue el caso del diálogo sostenido entre el historiador mexicano Enrique Krauze y el periodista neoyorquino Pete Hamill, de origen irlandés, en el Orozco Room de la New School.

El encuentro se llamó "México-Nueva York: historia de dos ciudades". En él Krauze compartió (en un inglés perfecto) con el público sus recuerdos en los años 60 vividos al lado de sus tíos en Queens. Entonces descubrió el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, y fue allí donde escuchó por primera vez a gente joven hablando yidis entre ellos. "Era el idioma que yo hablaba con mi madre. Y para mí fue una experiencia conmovedora", dijo un Krauze particularmente nostálgico.

Por su parte el escritor y periodista Hamill, quien escribiera un libro sobre Diego Rivera, llegó a México en 1957 y emocionado vio cómo lloraban los policías la muerte de Pedro Infante. Después de vivir varios años en nuestro país, el autor de "Killing for Christ" se aprendió la canción de "Cucurrucucú Paloma" y hasta estuvo cuatro días en la cárcel.

"Las dos ciudades tienen una energía que todo el mundo nota cuando llega. Algo magnético, de disfrute, de entusiasmo. Nueva York es como un país dentro de un país. Un país de todos los ciudadanos. Y México, de alguna manera, también es así. Es libertad social, moral y sexual", aseguró Krauze.

"Al llegar a México se nos creaba un sentimiento de liberación, que nos barría todas esas certezas anglosajonas y nos hacía darnos cuenta de que no nos definimos por ser estadounidenses, sino seres humanos", apuntó Hamill.

Algo que me llamó la atención por parte de Krauze fue que al hablar de la Ciudad de México quiso reconocer públicamente el Gobierno de...

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