Guadalupe Loaeza / Mi heroína

AutorGuadalupe Loaeza

Estoy segura que si la hubiera conocido Jean Paul Sartre se hubiera enamorado de ella, en primer lugar por su inteligencia, en segundo por sus ojos azules y en tercero por su encanto natural. Sí, Antonia lo hubiera conquistado, le hubiera hecho las preguntas filosóficas más insólitas, pero sobre todo lo hubiera hecho reír mucho con su característico sentido del humor. Lo más probable es que Simone de Beauvoir se hubiera puesto sumamente celosa, pero después de haberla conocido también ella se hubiera enamorado de "la charmante mexicaine". De allí que con toda naturalidad imagine a los tres tomando un café en el "Deux Magots". El filósofo con su eterno cigarro en la boca, la feminista con su "bandeau", es decir con su mascada alrededor de la cabeza en forma de diadema, y mi hermana con su larga cola de caballo, como solía peinarse en los años cincuenta.

Desde que Antonia era adolescente, era ferviente lectora de ambos. Conocía su obra a la perfección en francés, en español y en inglés. Los admiraba a tal grado, que desayunaba frente a sus respectivas fotos y se ponía a platicar con ellos, como si estuvieran de carne y hueso en su presencia. De hecho, fue ella la que me los presentó. "Tienes que leer Las palabras, de Sartre, es la mejor autobiografía que se ha escrito". Cuando cumplí 18 años, mi hermana me regaló Memorias de una joven formal de Simone de Beauvoir. Juntas pasábamos horas en el teléfono hablando de la relación amorosa tan particular de estos dos intelectuales. "Sartre decía que el amor necesario que se tenían no debía excluir los amores contingentes. Entre ellos nunca se mentían y se contaban todo para no caer en la costumbre tan burguesa del silencio", me explicaba mi hermana.

Para entonces, y a pesar de los nueve años que nos separan, Antonia se convirtió en mi heroína, en mi confidente y en mi mejor amiga. Me contaba historias que iban desde las intimidades de los artistas de Hollywood de la década de los cuarenta, hasta las vidas privadas de los reyes de Francia y de Napoleón Bonaparte. Su cultura me asombraba. De recién casada mi hermana, cuando iba a visitarla a su casa a las calles de Tennyson, nos pasábamos las tardes hojeando su colección de la Ilustración francesa que había heredado de mi abuelo. Mientras mirábamos las láminas, acompañadas con la música de Jean Sablon, me hablaba con un verdadero fervor sobre las...

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