Guadalupe Loaeza / El gran mentiroso

AutorGuadalupe Loaeza

Una de las obsesiones de Federico Fellini eran las mujeres; mujeres de todo tipo: obesas, flacas, monstruosas, bigotudas, narigonas, enanas, jorobadas, prostitutas, sofisticadas, andróginas, horrendas y las bellísimas, como Anita Ekberg, su heroína en la película La dolce vita. La escena donde aparece la actriz sueca enfundada en un vestido negro de terciopelo bañándose en la Fuente de Trevi se convirtió en una de las imágenes más fellinianas de Fellini. Cuando se estrenó esta película, en la que se nos muestra una sociedad corrompida y en completa decadencia, hizo gran escándalo en Italia. No obstante las críticas, fue la película del director que obtuvo La Palma de Oro del Festival de Cannes. "El paisaje humano que nos muestra en movimiento es tanto la caricatura más terrible como la más grotesca de la sociedad de hombres", dice Jean-Marie Le Clézio. Sin duda la mujer que más obsesionó a Fellini fue Giulietta Masina, su musa y esposa por más de cincuenta años. Con ella hizo La Strada, Ginger y Fred, Las noches de Cabiria y Giulietta de los Espíritus.

Por casi 30 años, Giulietta y Federico vivieron en el mismo departamento en la Via Margutta, en la parte vieja de Roma. Fue Giulietta la que siempre le cocinó sus platillos predilectos: la lasagna y los tortellini con mucha salsa de jitomate.

Fellini solía llamarse así mismo el gran mentiroso. Según él, muchas de sus películas estaban basadas en los sueños, pero siempre con un fondo filosófico o político. Por ejemplo, en Amarcord nos habla del fascismo psicológico. "Tengo la impresión que el fascismo y la adolescencia continúan siendo, de alguna manera, etapas permanentes de nuestra vida: adolescencia en nuestras vidas individuales, fascismo en nuestra vida nacional. Tenemos tendencia a quedarnos eternamente en la infancia y a quitarnos responsabilidades, las cuales las atribuimos a los otros, vivir con la confortable sensación de que alguien piensa por nosotros: de pronto la madre o el padre; o bien el alcalde o el Duce, o una virgen o un arzobispo. Mientras tanto no nos queda otra libertad, más que cultivar nuestros sueños ridículos, el sueño del cine norteamericano, o el del harem oriental. Como si viviéramos bajo una campana, cada quien desarrolla, no características individuales, pero más bien rasgos patológicos. Este es el sentido preciso de la escena en Amarcord, de la visita del 'federal'".

¿Qué cosas amó Fellini y...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR