Guadalupe Loaeza / ¡Gracias, Plácido!

AutorGuadalupe Loaeza

¡Ah, cómo le agradecimos a Plácido Domingo su espléndido concierto del sábado por la noche! ¡Cómo le agradecimos su actitud generosa, su gran profesionalismo y su extraordinaria voz! ¡Cómo le agradecimos que hubiera venido hasta Tequesquitengo para cantarle al lago, a la luna y a las diez mil personas que nos encontrábamos ávidas de escuchar la música de Verdi, de Strauss, de Franz Lehar, de María Grever, de José Alfredo Jiménez y del imprescindible Agustín Lara. Y por último, cómo le agradecimos al gobernador de Morelos, Graco Ramírez, su audacia y su visión de que la cultura es lo que nos salva.

Además de ser un gran tenor, Plácido Domingo es un "cuate a toda madre", es un "tipo a todo dar" y "muy majo". Su empatía, su sencillez y su calidez nos enamoraron a lo largo de dos horas, especialmente cuando el cantante salió al escenario vestido de "charro" (azul marino) con su pantalón entallado, su botonadura de plata y con su sombrero todo bordado como los que usaba Jorge Negrete. Entre las ondas de su pelo abundante, brillaban sus canas, su barba se veía impecablemente blanca, así como su sonrisa. Pero de toda su persona lo que más me impresionaba y no dejaba de admirarlas eran sus manos: súper varoniles, grandes y generosas. Se hubiera dicho que ellas también cantaban el Terceto del primer acto "So muss allein" de la obra El Murciélago de Strauss (curiosamente en esos momentos fue cuando más revolotearon las palomillas). Si a todo lo anterior se le agrega una enorme dosis de vitalidad y energía por parte del intérprete de 72 años, el resultado es apabullante, sobre todo si se toma en cuenta que hace apenas unas semanas, Plácido Domingo se encontraba aún en el hospital debido a una embolia pulmonar y que todavía está bajo tratamiento. Seguramente en ese momento y con los maravillosos acordes del mariachi de Tetelcingo se le olvidó todo, especialmente cuando entonó El Rey.

Los que también nos conmovieron, esa noche mágica, hasta la médula de los huesos, fueron los músicos de la Orquesta Filarmónica de Acapulco. Tocaron como magos dirigidos por dos grandes directores, por su titular Eduardo Álvarez y el huésped invitado, Eugene Kohn. Claro, no podían faltar las sopranos, una negra y una blanca, cuyos nombres nos evocaban personajes de cuento: Angel Blue y Micaela Oeste, la primera norteamericana y la segunda de origen alemán, y con capacidad de cantar en varios idiomas. Las dos llevaban unos vestidos de gala particularmente bonitos. El...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR