Guadalupe Loaeza / Dos enamorados

AutorGuadalupe Loaeza

Se conocieron a fines de la década de los cuarenta, en un México en donde los revolucionarios ya no montaban a caballo sino en espléndidos Cadillacs último modelo. Era un México donde se confundía el sueño con la realidad. Los dos venían del extranjero, ella de París, donde había nacido en el seno de una familia polaca aristócrata, entonces tenía 7 años y él, de 16 años, venía de Panamá donde su padre fungía como diplomático. A pesar de ser aún muy jóvenes, ambos eran ávidos lectores, hablaban inglés y francés, como su propia lengua materna. Sus lecturas y curiosidad por todo lo que pasaba en el mundo los unían, especialmente entre sus amigos de la alta burguesía mexicana, en la cual nadie leía ni el periódico, salvo la columna de sociales "Los Trescientos y algunos más...", del Duque de Otranto y la de Agustín Barrios Gómez, "R.S.V.P.".

Lo que más les gustaba de las fiestas en las embajadas, en casa de los banqueros, en las residencias de los altos empresarios alemanistas y en los salones atiborrados de candiles y porcelanas cuyos dueños hacían gala de sus apellidos dobles y de sus títulos de la nobleza española, era bailar. Cada vez que salían a la pista y después de uno que otro pisotón por parte de él, lograban recrear una pareja semejante a la de Ginger Rogers y Fred Astaire. La pieza que mejor les salía era Cheek to cheek. Era tal su coordinación que todos los invitados los rodeaban y les aplaudían con absoluto entusiasmo. A diez años de la muerte de Carlos Fuentes, Elena Poniatowska escribió lo siguiente: "Recuerdo que en las fiestas en las embajadas, Carlos Fuentes se sentaba junto a las madres que chaperoneaban a sus hijas y las entrevistaba sobre su vida y la de su vestido. Preguntaba si su bolsa de noche era de Hermés o de Cartier, y terminaba por apostarles 10 contra uno a que llevaban puesto un vestido de Armando Valdez Peza. Las señoras, primero extrañadas, se encantaban con él: '¡Ay, este Carlitos tan inteligente!', y soltaban la sopa".

Por su parte Elena a sus 19 años ya se había convertido en una joven inspiradora de grandes pasiones. Rubia, delgada, ojos azules, simpática, inteligente y con un rostro angelical llamaba la atención por los temas de su conversación un poco osados para una típica niña bien salida del Colegio Monjas. Hay decir que Carlos y Elena se aburrían infinitamente con estas reuniones, sin embargo...

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