Guadalupe Loaeza / Cuidado, el tigre...

AutorGuadalupe Loaeza

Ayer soñé con don Porfirio Díaz. Era el año de 1911. Me veía en la Cámara de Diputados. A pesar del silencio, sentía que los legisladores estaban muy inquietos. No era para menos, se esperaba la llegada del Presidente, quien anunciaría a la nación su renuncia después de 30 años en el poder.

Los diputados estaban hablando entre sí y decían que Díaz se encontraba desprotegido porque sus principales asesores políticos estaban fuera del País. "Afortunadamente en la frontera hay 20 mil soldados norteamericanos que vienen a poner un poco de orden", dijo un diputado, aunque no ocultaba su preocupación. "Afuera hay un motín, hay cientos de personas gritando: '¡Muera Díaz!' 'Abajo la dictadura'. Qué bueno que el Ejército está resguardando la Cámara", comentó otro diputado con bigotes igualitos a los de don Porfirio.

De repente se abrieron las puertas y todo el mundo corrió hacia su curul. Fue entonces que el presidente de la Cámara, Agustín Sánchez de Tagle, anunció que acababa de llegar la carta de renuncia del Mandatario: "Llegó una carta del Presidente. Les pido silencio", decía a la vez que se oía, insistentemente, una campanita. "Voy a leer el documento del General Díaz: 'El pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de Intervención, que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República, ese pueblo, señores diputados, se ha insurreccionado en bandas armadas'...".

Todo el mundo escuchaba con un silencio reverencial. Sobre todo cuando, finalmente, el presidente de la Cámara confirmó la renuncia del General Díaz. Me llené de curiosidad y salí corriendo hasta la calle de Cadena (hoy Venustiano Carranza), en donde don Porfirio tenía su residencia. Cuánta gente, cuántos reclamos y cuánto odio había en el ambiente. La casa estaba completamente rodeada de soldados. Algunos estaban diciendo que un grupo le había prendido fuego al periódico El País, ese diario que tanto había halagado al Presidente.

Pobre Díaz, en ese momento, tal vez estaba con su familia haciendo maletas o guardando sus papeles personales. Seguramente doña Carmelita estaba tratando de calmar a la servidumbre, quizá diciéndoles cosas como: "Nosotros nos vamos a París. Los que quieran irse con nosotros serán bienvenidos". Vi cómo en la madrugada Victoriano Huerta llegó hasta la casa del Presidente para escoltarlo en su salida a Veracruz.

De...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR