Guadalupe Loaeza / ¡¡¡Cincuenta años!!!

AutorGuadalupe Loaeza

No hay nada más misterioso que una pareja.

Sacha Guitry

¿Conoce usted de casualidad un matrimonio que lleve 50 años de casados? ¿No? Tal vez piensa que ya no existen, que ésos eran los de antes. Claro, con tantos divorcios, separaciones y fracasos matrimoniales, resulta difícil imaginar una pareja tan longeva, pero sobre todo, feliz. Hoy hablaremos de una de esas parejas cuya aventura empezó en 1962. Entonces, él era un ingeniero muy formal, el más joven de una familia mexicana de mucho abolengo que vivía en una vieja casona en Tacubaya. En cambio, ella, de origen europeo, era mucho más libre que él. Junto con su padre y sus hermanos creció en un convento de Taxco, escuchando las campanas de Santa Prisca. Desde niña su pasión era el ballet, arte que aprendió en Suiza, llegando a ser una bailarina profesional. Al volver a México formó parte de la que sería la Compañía Nacional de Danza. Cuando se casó, con todo el dolor de su corazón, abandonó el ballet. Pero eran tantas sus energías, su creatividad y su sentido artístico que después se dedicó a organizar obras de teatro y desfiles de moda. Un día le propusieron que dirigiera el Festival del Centro Histórico. Dijo que sí, se moría de ganas de rescatar la cultura y las tradiciones de un México que percibía a la perfección. En tanto ella contrataba los mejores directores de orquestas, de compañías de ballet y de teatro europeo, su marido, el ingeniero, escribía libros muy polifacéticos, o bien tenían que ver con el ciclo mágico de los días, o con la planeación financiera de las empresas. "A lo largo de estos cincuenta años hemos estado muy ocupados en distintas actividades: respetando mutuamente la libertad y las preferencias de cada uno, como en el 'sistema Montessori', en el que los niños y las niñas tienen mucha libertad para desarrollarse", dice el ingeniero. Los fines de semana eran los días que más convivían no nada más con sus dos hijos, sino con muchos amigos, sobre todo desde que construyeron juntos su casa en Tepoztlán. Mientras ella, junto con doña Natalia, la cocinera, preparaba en su cocina mágica un delicioso arroz a la mexicana con plátano macho o un pollo al tomillo, el ingeniero se encerraba en su torre-estudio, escuchaba música clásica y desde allí admiraba los cerros tepoztecos cubiertos por una luz de color ámbar. Como cualquier pareja unida por una infinidad de razones, han tenido muy buenos y muy malos momentos. Sabemos, sin embargo, que en ambos casos se han acompañado...

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